En el capitalismo, la noción de propiedad referida a las personas ha sido extendida por la noción de propiedad referida a las organizaciones. En las versiones liberales primigenias, por ejemplo en Locke o en Rousseau, la propiedad de los recursos se predicaba y legitimaba respecto de las personas naturales, y no de las personas jurídicas como es el caso con las corporaciones trasnacionales. En Locke la propiedad privada se legitimaba a través de la agregación de trabajo a bienes o recursos que antes estaban en un «estado de naturaleza». Esta idea asociaba también el derecho a la propiedad de los recursos con la iniciativa individual de aquellos que, mediante su trabajo, agregaban valor a dichos recursos.
También para Rousseau la propiedad se predicaba respecto de ciudadanos, es decir, de personas investidas de derechos y obligaciones. Pero en Rousseau la noción predominante original era la voluntad popular del ciudadano, que mediante el contrato social creaba el Estado. En Rousseau la noción de libertad no se acopla con la noción de propiedad, y la noción de igualdad es mucho más fuerte que en Locke, por ejemplo cuando afirma: «Y que ningún ciudadano sea suficientemente opulento como para comprar a otro ni ninguno tan pobre como para ser obligado a venderse; lo que supone, por parte de los grandes, moderación de bienes y de crédito y, por parte de los pequeños, moderación de avaricia y de codicia». Hay implícita en estas líneas una apelación a la función social de la propiedad y a la noción de igualdad básica entre los seres humanos que no está presente en Locke.
En la justificación que hace Locke de la propiedad privada hay una apelación a la libertad positiva, entendida como libertad para emprender acciones económicas que, mediante el trabajo personal, agregan valor al patrimonio natural. En las limitaciones que pone Rousseau a la propiedad de riqueza hay una apelación a la libertad negativa, entendida como rechazo a la dominación. Así Rousseau está más cerca de lo que estamos denominando democracia integral y Locke más cerca de lo que hoy denominamos democracia liberal.
Pero es necesario enfatizar algo esencial: los actores del proceso económico contemporáneo ya no son las personas naturales, los seres humanos, sino las personas jurídicas, las organizaciones. Esas organizaciones han alcanzado una escala tal, que su existencia y desempeño en los mercados no puede justificarse, como hacía Locke, en la defensa de la libertad de las personas para emprender, porque esa libertad para emprender se ha institucionalizado en reglas y limitaciones al trabajo creativo, impuestas por la prioridad del lucro sobre la creatividad, y segundo, porque el poder de mercado, al irse acumulando, crea situaciones monopólicas u oligopólicas que afectan a la gran masa de micro, pequeñas y medianas empresas, mayoritariamente constituidas por personas directamente responsables de su gestión, y les impiden el desarrollo de su creatividad personal.
En estos dos autores que hemos elegido para nuestro contrapunto reflexivo, tan importantes en la formulación de las bases del liberalismo político sobre las que se fundaron las democracias contemporáneas, las nociones de libertad se predican respecto de seres humanos y no respecto de organizaciones. En primer lugar, vale la pena proyectar una mirada histórica sobre la relación general de causalidad social entre las nociones de poder y libertad positiva, y las nociones de dominación y libertad negativa. La libertad positiva es «libertad para emprender» y se asocia con los objetivos de expansión de la burguesía industrial, por oposición a la noción de libertad negativa, que es liberación por parte del dominado, respecto de posiciones o situaciones de dominación. Esta noción de liberación, en los inicios de la Revolución Industrial, planteaba la lucha de la burguesía industrial naciente contra la opresión o dominación de los regímenes absolutistas de las monarquías apoyadas en el orden económico mercantilista. Era la lucha entre personas-ciudadanos que se alzaban frente a estados absolutistas. Era la libertad entendida como libertad negativa, es decir como liberación respecto de estructuras preexistentes de dominación. Este lenguaje del poder y de la dominación es el que pretende examinarse con más detalle en este libro y vincularlo con las instituciones, prácticas, valores y principios del capitalismo y de la democracia.
Se puede tomar como punto de partida una situación de dominación establecida, donde es razonablemente posible determinar quién es el dominador y quién es el dominado. El quiebre de esa relación de dominación sería una liberación o libertad negativa, respecto del dominador previo. Una vez establecido ese quiebre, emerge un nuevo posicionamiento social que habilita al «ex dominado» (le concede «libertad para»): fijar con autonomía sus fines en el subsistema social donde esa relación de dominación tenía previamente lugar. Supongamos que el dominador de la situación anterior es una corporación transnacional oligopólica que limita el radio de acción y la iniciativa de pequeñas y medianas empresas que operan en el mismo mercado, o que afecta el poder de elección o de adquisición de sus clientes. En suma, la corporación dominante comete cierto tipo de abusos (violaciones a la justicia distributiva) en su relación con los competidores y con los proveedores y clientes en su propio mercado.
Si el sistema jurídico establece una legislación de defensa de los consumidores y de los principios de la competencia justa, creando nuevos deberes, obligaciones y responsabilidades a la empresa dominante, este proceso generará un ámbito de libertad en un doble sentido. Primero una «libertad negativa» como liberación de una situación de dominación previamente establecida, y segundo, una «libertad positiva», al posibilitar el emprendimiento de nuevas opciones para las pequeñas empresas y los consumidores previamente dominados en la situación anterior. Esta transición de posiciones de poder se podrá razonablemente mensurar en los precios y las cantidades que se trancen en los mercados y en la distribución de la masa general de lucros o ganancias alcanzadas por todos los emprendedores.
Del mismo modo, esta preeminencia de las corporaciones transnacionales en la esfera de la propiedad de los recursos productivos aplicados al lucro y la acumulación, afecta la libertad de las personas y las familias al controlar los términos del contrato privado. En el caso de la concesión de créditos al consumo, los procedimientos financieros más recientes han dado lugar a incontables abusos derivados de las diferentes posiciones de poder de las partes contratantes. Los que conceden el crédito son enormes corporaciones privadas, mientras que los que se endeudan son generalmente personas de ingresos medios o bajos.
Pero las nociones de poder y de dominación no solo son explicativas respecto de los subsistemas económicos, sino que pueden usarse para entender las injusticias que tienen lugar en los otros subsistemas sociales.
El ejemplo anterior, referido a la esfera económica, es especialmente pertinente en un orden social donde el poder de mercado se impone sobre las otras formas sociales del poder; sin embargo, puede ser generalizado a todos los subsistemas de la vida social. Así, el ejercicio de la capacidad de elección en el mercado es precedido por la posesión de poder adquisitivo general, requerido para transar todo tipo de mercancías; el ejercicio de la libertad en la esfera de la cultura es precedido por el poder para acceder y utilizar los medios de información, comunicación y conocimiento; el ejercicio de los derechos civiles y políticos es precedido por el poder que emana de las reglas de juego, efectivamente vigentes, del estado.
El ejercicio del poder es siempre una categoría relacional, sea que se proyecte sobre las cosas (caso en que hablamos de posesión, producción, consumo, etc.), sea que se proyecte sobre las personas, en cuyo caso hablamos de dominación. Nunca antes en la historia humana, las formas económicas del poder y la dominación tuvieron tal gravitación en los ordenamientos sociales. No son solamente los bienes económicos, tales como los medios de vida y de producción, los que se transan de manera creciente en los mercados respectivos. Los bienes culturales se distribuyen a través de los mecanismos de información, comunicación y conocimiento, y el acceso a dichos mecanismos está crecientemente mediado por los mercados en ámbitos tales como la educación, el arte, la ciencia, o los medios de comunicación masiva. Los bienes biológico-ambientales también de manera indirecta adquieren precio en el mercado. Por ejemplo, el acceso al aire puro, al agua pura, a paisajes estéticos, plazas y jardines, y a otros bienes públicos similares, suele estar crecientemente mediado por mercados que racionan esas opciones. Por último, también ciertos bienes de naturaleza política como seguridad ciudadana o administración de justicia, suelen pasar por la criba de los mercados. En consecuencia, las formas de la dominación en esta era global pasan especialmente por la esfera de los mercados y se manifiestan de maneras diferentes a las teorías de explotación del siglo xix.
Los ejemplos más obvios de las nuevas condiciones de la dominación injusta (o explotación) tienen que ver con el mecanismo del endeudamiento en la esfera del consumo, y, más específicamente, en lo relativo a los bienes durables de uso o consumo individual y familiar. Los consumidores tienen acceso a una enorme variedad de bienes, tanto de consumo durable como perecedero. La compra del primer tipo de bienes se funda en el uso del crédito a plazos que, por lo general, compromete sueldos que serán percibidos en meses o años futuros. Este mecanismo de endeudamiento atrapa y subordina a los deudores, a nuevos mecanismos de dominación y explotación. Este tipo de situaciones se relaciona con la crisis de las denominadas «hipotecas tóxicas» en Estados Unidos (2008) o con la proliferación de tarjetas de crédito, emitidas no sólo por la banca sino por las megacorporaciones del comercio al por menor. Las megacorporaciones transnacionales de la presente era global, cuando actúan en la esfera bancaria-financiera, poseen una forma especial de poder conferida por su control del mercado de dinero. Como decía Schumpeter «el mercado de dinero es siempre el estado mayor del sistema capitalista».
Fragmento del libro de Armando Di Filippo, PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA, publicado por RIL Editores, 2013
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