El capitalismo globalizado del siglo XXI
La globalización del capital financiero actual, tiene un altísimo contenido especulativo, como lo demuestra el hecho de que los flujos de capital financiero anuales son un múltiplo creciente de los flujos reales de bienes y servicios. Los movimientos abruptos de flujos de capital financiero que entran y salen de un país pueden hacer colapsar sus tipos de cambio y sus reservas monetarias, como efectivamente ha ocurrido en múltiples economías de Asia y América Latina durante los últimos treinta años. A partir de 2008 también los centros desarrollados de occidente se han tornado vulnerables a estos manejos.
Los nuevos mecanismos y «productos» financieros contribuyeron a generar situaciones de crisis al conferir falsas imágenes de seguridad a operaciones crediticias que pueden ser altamente riesgosas. Por ejemplo, los, así denominados credit default swaps son básicamente contratos en los que se asegura el pago de ciertos instrumentos financieros en caso de impago por parte del emisor. Normalmente estos seguros se aplican a deuda pública, deuda privada y títulos hipotecarios. Son los bancos, los fondos de cobertura , las grandes aseguradoras, etc., los que venden estos seguros a otros operadores financieros que los adquieren a cambio del pago de una prima mediante la cual se aseguran la devolución de sus inversiones en caso de impago del emisor.
Lo que caracteriza a estos y otros mecanismos financieros es su complejidad y falta de transparencia, incluso hasta para los propios operadores que los manipulan cotidianamente. Su única motivación es el afán de lucro a corto plazo con independencia de cualquier reparo en materia de responsabilidad social empresarial. El dogma de la autorregulación es el fundamento sobre el cual pretende justificarse este inescrupuloso ejercicio especulativo. En el siglo XXI este tipo de prácticas ha alcanzado niveles de habitualidad y aceptación gubernamental que posibilitan a los especuladores financieros obtener sus ganancias a partir del control de los ahorros provenientes de la economía real.
Los mecanismos y procedimientos del capital financiero producen curiosos efectos sobre la estructura de propiedad del capital. Por ejemplo los fondos de inversiones que administran los recursos previsionales y de salud de los trabajadores son invertidos en diferentes tipos de activos privados y públicos que se cotizan en bolsa. Estos accionistas asalariados son en realidad una fuente institucionalizada de ahorros que es controlada y gestionada por los representantes del capital productivo y financiero transnacional.
Como estos fondos de inversiones operan transnacionalmente, sucede además que los ahorristas de los fondos de pensiones o de los institutos de salud previsional de un país periférico pueden ser «propietarios» de acciones correspondientes a CT del mundo desarrollado. Este es un clarísimo efecto social de la globalización del capital financiero.
Una de las claves estratégicas del creciente dominio del capital financiero sobre el capital productivo consiste en la fusión de banca comercial o de depósitos con la banca de inversiones. El negocio de la banca comercial consiste en pagar por el dinero que depositan sus clientes y cobrar por los créditos que concede. La diferencia entre lo que cobra y lo que paga es la ganancia de la banca comercial. A esto se le añaden normalmente otro tipo de operaciones como las tarjetas de crédito, transferencias, avales, comisiones por fondos de inversión y planes de pensiones, intermediación bursátil, etc. La banca comercial opera con personas o con micro, pequeñas o medianas empresas, cuidando ahorros personales y familiares, proveyendo capital de trabajo, etc.
Por oposición el negocio de la banca de inversiones es siempre de gran escala. Se concentra en las grandes CT, y en los mecanismos financieros que utiliza el gran capital productivo. Está vinculado a las formas oligopólicas de competir, se dedica a especular mediante prácticas bursátiles, a diseñar y ejecutar ofertas públicas de adquisición de valores bursátiles, a gestionar fusiones y adquisiciones entre CT, y a transar todo tipo de bonos públicos y privados, especialmente los cotizables en bolsa. Sus clientes son siempre personas físicas o jurídicas que controlan grandes montos de capital.
De un lado, los beneficios de la banca comercial forman parte de la habitualidad de los negocios cotidianos de cualquier sistema económico e incluyen muchas operaciones de las así denominadas mipyme (micro, pequeñas y medianas empresas). Por otro lado, los beneficios de la banca de inversiones derivan de las operaciones, generalmente bursátiles, del gran capital transnacional y de los bonos públicos emitidos por los gobiernos.
En las economías europeas y otras del mundo en desarrollo se han diferenciado y separado las actividades y las responsabilidades de la banca de inversiones respecto de la banca comercial.
La fusión de la banca de inversiones y la banca comercial o de depósitos dio lugar a una estructura financiera que, en Estados Unidos condujo a la gran crisis de los años treinta. Tras ese colapso de enormes repercusiones en la esfera real, el gobierno de F.D. Roosevelt promovió la Banking Act, o Ley Glass-Steagal. Esta ley determinó la separación entre la banca de depósito y la banca de inversión. Se crearon medidas regulatorias para controlar las posiciones monopólicas y oligopólicas en todos los mercados y evitar la competencia desleal entre empresas (Ley Sherman). Finalmente se prohibió que los banqueros pudieran participar en los consejos de administración de las corporaciones industriales, comerciales y de servicios no financieros.
La ley Glass Steagal fue derogada en 1999 por la Financial Services Modernization Act o ley Gramm-Leach-Bliley. Este retorno a la situación previa a la crisis del año treinta, fue el preludio de las formas del capital financiero transnacional propias del siglo xxi, que desembocaron en la crisis recesiva de 2008.
El capitalismo occidental ha perdido competitividad en este mundo globalizado que los grandes centros de occidente han contribuido a crear. Las corporaciones transnacionales ya no pueden competir produciendo en sus propios países industrializados por sus altos costos laborales y ambientales y para sustraerse a esas costosas regulaciones aprovechan zonas francas comerciales industriales y financieras sujetas a normas extraterritorializadas. También intentan participar de bajos costos laborales y ambientales instalándose en los propios países asiáticos que compiten contra las economías occidentales. Los países desarrollados ya no controlan a sus transnacionales sino más bien se nota la tendencia opuesta. El capital transnacional cabildea (ejercita el lobbying) en los parlamentos de las naciones occidentales, intenta reducir el pago de tributos, limitar los costos de la seguridad social, y disminuir los derechos laborales.
Las economías centrales de occidente han perdido control sobre sus propias corporaciones transnacionales que se resisten a cumplir con las obligaciones tributarias, laborales y sociales más exigentes del mundo desarrollado.
Cabe preguntarse si los movimientos democráticos de occidente podrán encausar el comportamiento del capital transnacional imponiendo las regulaciones adecuadas y las cargas tributarias requeridas para evitar el derrumbe completo de los estados benefactores. Si serán capaces de promover la inversión pública requerida para orientar los procesos productivos hacia energías limpias y sustentables y hacia el fortalecimiento de las infraestructuras técnicas y sociales. Si lograrán revertir la creciente desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza.
En Estados Unidos las fuerzas que apoyan al capital transnacional agrupadas detrás del partido republicano, se enfrentan a un partido demócrata que recién ahora está reaccionando muy tímidamente con propuestas de regulación y de redistribución del ingreso.
La otra gran batalla entre el capital financiero transnacional y los defensores de los derechos y necesidades humanas básicas se está librando hoy en Europa Occidental. Hasta ahora la contienda está siendo perdida por los movimientos democráticos de protesta ciudadana. Los gobiernos conservadores de Alemania, España e Italia bajo el argumento de defender la existencia de la moneda común están pretendiendo equilibrar las cuentas fiscales a través de la disminución del gasto social e infraestructural. El resultado ha sido que Europa se hunde en la recesión y la desigualdad social.
En suma, el capitalismo se ha globalizado y los movimientos democráticos están fragmentados en el interior de sus respectivas fronteras nacionales. A medida que las fuerzas democráticas se van debilitando la desigualdad social y la pobreza arrecian. Pero estamos lejos de presenciar el fin de la historia.
Un rasgo esperanzador en este cuadro puede radicar en las propias TIC. En efecto los movimientos ciudadanos de protesta están haciendo uso de las nuevas tecnologías a través de las redes sociales y concertándose, nacional y transnacionalmente, con estrategias de resistencia pacífica pero firme. Nuevas formas de expresión política global parecen estar gestándose.
Fragmento de Poder Capitalismo y Democracia, de Armando Di Filippo, publicado por RIL editores, Santiago 2013
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