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PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA. PRESENTACIÓN

LIBRO “PODER, CAPITALISMO Y DEMOCRACIA”,
PRESENTACIÓN DEL AUTOR EN OCASIÓN DE SU LANZAMIENTO PÚBLICO
Armando Di Filippo
Ante todo, permítanme expresar mi profundo agradecimiento a todo el equipo del
Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad Alberto Hurtado. Quiero personalizar esa gratitud, primero en la
persona de su actual Director, el profesor Esteban Valenzuela, y, segundo, en la de su antecesor,
el profesor Fabián Pressacco, sin cuyo estímulo y aliento este libro jamás habría sido escrito.
Agradezco también a los dos comentaristas Ángel Flisfisch, actual Director de FLACSO Chile,
destacado hombre político, diplomático y académico, profundamente conocedor de los
aspectos teóricos y prácticos de la democracia, y a Don Osvaldo Sunkel, destacado pensador
de talla internacional quien fue, junto con Raúl Prebisch y Aníbal Pinto, un calificado maestro
que me inició en las perspectivas latinoamericanas del desarrollo. Agradezco, por último,
a mis alumnos que, en diferentes cursos dictados en los últimos diez años me provocaron
constructivamente con sus preguntas y reflexiones, obligándome a profundizar o a corregir
mis propias ideas.
Más que tratar de resumir el contenido del libro en veinte minutos, tarea imposible en
la que me agoté y desesperé en el día de ayer (9 de mayo) con resultados infructuosos,
prefiero explicar las razones que me llevaron a escribirlo, las que pueden ser mucho más
aclaratorias. Como se sabe, soy un economista formado en América Latina dentro de la
escuela que podríamos denominar del estructuralismo histórico latinoamericano, originada en
la CEPAL y en los pensadores que articularon su pensamiento en torno a las ideas inicialmente
formuladas por Raúl Prebisch.
Hace cincuenta años, igual que ahora, la corriente de pensamiento hegemónica era la
microeconomía neoclásica, expandida posteriormente con una macroeconomía neokeynesiana
convenientemente adaptada para compatibilizarse con el enfoque neoclásico. Los manuales de
Paul Samuelson, que desde hace más de cincuenta años circulan como textos fundamentales
de estudio, dan cuenta de esa visión.
Sin embargo, era evidente que los estudios de la CEPAL y de los estructuralistas
latinoamericanos (Prebisch, Furtado, Aníbal Pinto, Aldo Ferrer, y el profesor Sunkel que hoy
integra esta mesa) no cabían en absoluto dentro de la visión neoclásica caracterizada por
un individualismo epistemológico y ético, fundado en el neopositivismo o empirismo lógico,
donde los criterios de cientificidad están dados por la coherencia interna de modelos lógico-
matemáticos y por verificaciones empíricas de naturaleza fragmentada haciendo uso y abuso
de procedimientos econométricos de base probabilística. En el origen de esta visión está el
mercado “perfecto”, con sus mecanismos autorreguladores que logran una asignación de
recursos pretendidamente equilibrada, estable, eficiente, y en algún sentido también justa. El
paradigma de la competencia perfecta se define de manera amplia como aquel donde ninguna
de las partes contratantes cuenta con poder suficiente para intentar dominar el mercado.
Por el contrario, los abordajes del estructuralismo histórico de raíz cepalina habían ido
decantándose y apoyándose en una lectura fundada en las nociones de sistema, de estructura,
de instituciones, y apoyada en el estudio de la historia, todo ello aplicado a la comprensión de
los cambios estructurales que constituyen el objeto del desarrollo económico. El paradigma
estudiado por los estructuralistas hace énfasis en la estructura social que subyace detrás de
los mercados, con actores económicos dotados de posiciones asimétricas de poder. Por lo
tanto, las raíces filosóficas del estructuralismo histórico latinoamericano no tenían nada que
ver con los fundamentos epistemológicos de la hegemónica escuela neoclásica.
Esas asimetrías de poder estaban claramente expuestas, además, en la visión centro-
periferia de relaciones económicas internacionales, primer planteamiento globalizado de la
relación desarrollo-subdesarrollo a escala planetaria, formulada por el estudio económico de
1949, inspirado y parcialmente redactado por Raúl Prebisch. Mi asimilación de esta visión y
su aplicación aggiornada a la realidad del capitalismo global fundamentalista de mercado que
hoy impera en la era de las tecnologías de la información está incluida en la parte sexta de
este libro.
En consecuencia, estas comprobaciones me llevaron a la lectura profundizada de otras
corrientes de pensamiento, diferentes a la hegemónica neoclásica, las que sí daban cabida
a la perspectiva histórica, y a los vínculos de ida y vuelta entre la dinámica de los mercados
y de la estructura social. Me refiero, entre otros, a los economistas clásicos que escribieron
al inicio de la Revolución Industrial Británica (Adam Smith, Robert Malthus, David Ricardo),
a la corriente que fundó Karl Marx, a los institucionalistas estadounidenses que a fines del
siglo XIX fueron testigos de la Segunda Revolución Industrial Americana (Thorstein Veblen
y John Commons), a las contribuciones macroeconómicas genuinamente originadas en
John Maynard Keynes, a la teoría del empresario de Schumpeter, y a las aportaciones más
recientes de John Kenneth Galbraith y Gunnar Myrdal. Todos estos autores y corrientes de
pensamiento tomaron en consideración los vínculos de doble vía entre estructura social y
mercado, y también introdujeron desde distintos puntos de vista las nociones de poder y las
asimetrías de poder de las estructuras sociales. Ninguno de ellos se adhirió a la epistemología
del empirismo lógico o neopositivismo. Mis reflexiones sobre estas corrientes de pensamiento
están incorporadas a la parte quinta de este libro.
La necesidad de explicarme cómo diablos había hecho el enfoque epistemológico neoclásico
para eliminar de su concepción ideal de la competencia perfecta las asimetrías de poder que
brotan de la dinámica social, y cómo había logrado aislar, blindar y compartimentar a
los mercados respecto del resto del orden social, me llevó a desmenuzar los supuestos
abstractos del modelo neoclásico original de competencia perfecta. Los supuestos del
modelo van sistemáticamente eliminando las formas de poder económico, de poder político,
de poder cultural, o de poder derivado de localizaciones específicas, y también eliminan todas
las fricciones y retardos que afectan los procesos reales de mercado. Este esfuerzo crítico
está incluido en la parte cuarta de este libro, destinado al examen teórico-epistemológico del
enfoque neoclásico de la competencia perfecta y de su ética hedonista-utilitarista.
En consecuencia, surge de inmediato otra pregunta. Si la raíz filosófica y ética del
estructuralismo histórico latinoamericano no puede fundarse en la tradición del individualismo
utilitarista neoclásico, entonces cabe preguntarse: ¿en qué otras fuentes filosóficas
debemos encontrar sus orígenes? Estas fuentes epistemológicas y éticas alternativas las
busqué acudiendo a dos propuestas filosóficas muy dispares pero, en mi opinión, bastante
compatibles en sus fundamentos. Por un lado, en la epistemología del filósofo argentino Mario
Bunge, y por otro lado en el pensamiento de Aristóteles, que está profundamente imbricado
en el “ADN” de la filosofía occidental. Del filósofo Mario Bunge este libro extrae la lectura
sistémica y el carácter multidimensional (es decir, biológico ambiental, económico, cultural
y político) de las sociedades humanas. Mario Bunge parte de una determinada antropología
filosófica, de donde deduce la existencia de esos sistemas. Esa concepción del hombre que
plantea Bunge es compatible, según propongo, con la concepción aristotélica de naturaleza
humana, entendida como la de un animal o entidad biológica, que es instrumentalmente
racional, que es también moralmente racional, y que por último es un animal político. Así
los fundamentos epistemológicos del enfoque estructuralista los obtuve de las nociones de
sistema, de estructura, de proceso, de mecanismos y nociones predicadas respecto de las
sociedades humanas tal como las ha elaborado Mario Bunge. Estas nociones las combiné
con la perspectiva histórica, que es el punto de partida del pensamiento estructuralista
latinoamericano, para encontrar un adecuado basamento de la visión centro periferia.
En tanto, los fundamentos éticos los extraje del filósofo Aristóteles. En efecto, el énfasis
categórico y omnipresente del estructuralismo respecto de las nociones de equidad e
igualdad, se asocia de manera inmediata con las elucubraciones de Aristóteles sobre la justicia
distributiva. Ese asunto está prácticamente ausente de las reflexiones neoclásicas, las que ni
siquiera rozan los temas de la distribución personal/familiar de la riqueza y del ingreso en sus
desarrollos teóricos.
En consecuencia, del filósofo Aristóteles extraje los fundamentos de filosofía moral en
que se funda mi examen de los sistemas políticos y económicos del siglo XX. Empezando
por los sistemas políticos, en Aristóteles se encuentran los fundamentos republicanos de la
noción de democracia que se profundizan en otra parte de este libro. Pero concentrándonos
ahora en los fundamentos del razonamiento económico, no hay duda de que encontramos en
Aristóteles las bases más permanentes de la ciencia económica contemporánea. En primer
lugar, las distinciones entre valor de uso y valor de cambio (tomadas por los economistas
clásicos y por Marx), en segundo lugar sus nociones de crematística natural y crematística
lucrativa, de las que se derivan las nociones de circulación simple y ampliada planteadas
por Karl Marx (quien era mucho más aristotélico de lo que sus acólitos quieren admitir). En
tercer lugar, la concepción del dinero como una institución que no depende de la materialidad
concreta asumida por las diferentes monedas que lo representan, es una anticipación notable
de las formas crecientemente abstractas y desmaterializadas del dinero contemporáneo.
Por último, en esta dimensión económica, Aristóteles entendió la lógica de los mercados, el
funcionamiento de la oferta y la demanda y las asimetrías de poder que derivan de la existencia
de posiciones monopólicas, tanto las derivadas de restricciones privadas a la entrada de
competidores, como aquellas originadas en el poder del Estado. Todas estas reflexiones
magistrales elaboradas por Aristóteles se efectúan en el seno de su teoría de la justicia, en
donde distingue entre la justicia conmutativa o reparadora que opera en los mercados y en los
contratos voluntarios privados, y la justicia distributiva que responde a la legitimidad alcanzada
por distintos regímenes políticos. La noción aristotélica de la justicia, entendida como la virtud
practicada respecto del prójimo, nos permite establecer una lectura institucional del tema.
En efecto, puesto que las virtudes son hábitos de comportamiento, la práctica de la justicia
expresa un conjunto de instituciones, es decir, de reglas interiorizadas en el comportamiento
social.
Con base en estas visiones combinadas, en este libro se propone una noción de poder
y dominación que intenta dar cuenta de la forma cómo las posiciones ocupadas por los
actores en la estructura social afectan la dinámica de los mercados. Estas nociones de poder
y dominación se fundan en la relación aristotélica potencia-acto, en la que las posiciones de
poder en la esfera social son una especificación de la noción de potencia, y el ejercicio de
la dominación es una actualización de ese poder. En este libro también se hace uso de las
famosas cuatro causas, o cuatro explicaciones de la filosofía aristotélica, para dar cuenta del
ejercicio de la dominación racional. Por ejemplo, en la institución de la esclavitud, el amo con
sus incentivos coercitivos es la causa eficiente de la dominación, el esclavo subordinado es
la materia dominable o causa material de la dominación, la institución de la esclavitud es la
forma o causa formal de la relación de esclavitud y los fines del amo, cualesquiera sean ellos,
se expresan como la causa final aristotélica de la relación de dominación.
En el lenguaje de los sistemas de Mario Bunge, el dominador y el dominado pueden verse
como los actores del sistema de dominación, la relación institucionalizada de esclavitud se
concibe como la estructura del sistema de dominación, los mecanismos del sistema de
dominación son la coerción del amo esclavista, y los fines y valores que controlan el proceso
son fijados por el propio dominador. Además, partiendo de la relación potencia-acto, se
distinguen tres momentos en la formación de un sistema de dominación: el momento de las
posiciones de poder, el momento de las pugnas de poder y el momento final de la dominación
establecida como sistema. El ejemplo histórico que se proporciona en el libro para ilustrar esos
momentos que culminan en un sistema de dominación propiamente dicho es el de la conquista
de América desde México hacia el sur, distinguiendo entre las posiciones de poder que antes
de la conquista poseían en estado potencial los europeos y los indoamericanos. De allí derivó
una pugna de poder bajo la forma de guerra de conquista a fines del siglo XV y comienzos
del siglo XVI, que culminó con un sistema de dominación (fundado en las instituciones de
la esclavitud y la servidumbre) que, en áreas rurales de América Latina, duró por lo menos
tres siglos. Se incluyen en esta parte dos temas adicionales, primero una discusión sobre la
legitimidad científica de las nociones de poder y de dominación y, segundo, una reflexión sobre
el factor de última instancia que ha ido quebrando los sistemas establecidos de dominación.
Este factor es el cambio técnico, cuya plena propagación y asimilación social se verificó a
partir de la Revolución Industrial Británica y de la difusión del capitalismo a escala planetaria.
Todas estas reflexiones están incluidas en la parte tercera del libro que hoy presento.
A diferencia de la noción de explotación profundizada por Marx en su obra principal El
Capital, la noción de dominación es más amplia y engloba a la primera. Si bien toda relación
estructurada de explotación es una relación de dominación, no toda relación de dominación
implica una relación de explotación. Asimismo, el significado ético de una relación estructurada
de dominación debe dilucidarse a la luz de las nociones de justicia. En general puede postularse
que no toda relación de dominación es ipso facto una relación injusta y, en consecuencia
ilegítima. En efecto, toda sociedad humana está, de un modo u otro, relativamente estratificada,
de acuerdo a posiciones que implican cuotas de poder. Todo depende de los fines que se
proponen los agentes dominantes y de las consecuencias que dimanan de los mismos.
También depende de la medida en que, libre y genuinamente, los agentes dominados asumen
como propios los fines últimos buscados por los agentes dominantes.
Sin embargo quedaba un aspecto esencial de mi crítica a la teoría económica neoclásica,
todavía dominante en occidente bajo su formato neoliberal. En efecto, si el mercado no se
autorregula de manera eficiente, justa y ambientalmente sustentable, y si su dinámica solo
expresa posiciones sociales de poder, entonces la reflexión se sustrae del ámbito de los
mercados y se traslada al sistema político. En otras palabras la dinámica del mercado se
encuadra siempre en la dinámica del sistema político. Y esto significa la necesidad de estudiar
los sistemas políticos que han acompañado la difusión del capitalismo en la era contemporánea.
Dicho de otra manera, la dinámica del mercado y sus asimetrías de poder deben buscarse
no solo en su interior, sino también fuera del mercado, en las instituciones de la estructura
social en su conjunto y en el poder normativo del Estado que regula dichas instituciones. La
parte segunda del libro aborda esta tarea, centrándose en el sistema político dominante en el
occidente actual, que es el sistema democrático bajo sus diferentes modalidades. Esta parte
distingue entre los aspectos procedimentales y los aspectos ético-sustantivos del sistema
político. Los aspectos procedimentales se refieren al conjunto de mecanismos que en los
regímenes de base republicana sirven para acceder a las posiciones de poder del Estado, tales
como el sufragio, sea censitario o universal, la pugna entre los partidos políticos, la división y
equilibrio de poderes legislativos, ejecutivos y judiciales, etc. De otro lado, los aspectos ético-
sustantivos del sistema político, examinados en el libro, se refieren a los valores propios de
los regímenes democráticos, tales como la libertad, la igualdad, la fraternidad, y el conjunto
de derechos, libertades y obligaciones ciudadanas en la esfera civil, económica, cultural, etc.,
que culminaron con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde se fijaron, a
partir de la Segunda Guerra Mundial, los ideales de la cultura democrática de las denominadas
democracias sociales.
Por último, el libro aboga por una democracia republicana y multidimensional o integral. El
rasgo republicano de esta visión de la democracia recupera las nociones de virtud cívica y de
justicia que también se remontan a Aristóteles, para quien la justicia era la virtud practicada
respecto del prójimo, y distinguía entre la justicia conmutativa o reparadora, aplicable a las
relaciones contractuales de naturaleza voluntaria como las del mercado, y la justicia distributiva,
referida al reparto de bienes sociales como la fortuna, la honra, el poder o la educación. Es
claro que la democracia en que pensaba Aristóteles coexistía con la institución de la esclavitud,
en tanto que en la democracia de los modernos todos los seres humanos pueden aspirar a una
ciudadanía compartida. Por último, el carácter integral o multidimensional de esta democracia
ideal se refiere a la lectura sistémica ya comentada, donde los derechos y deberes ciudadanos
no se limitan al sistema político, sino que también existen derechos y deberes que operan
en el campo económico, cultural o biológico ambiental. Todos estos temas se abordan en la
segunda parte del libro. Al ser yo un economista, reconozco las debilidades y esquematismos
de esta parte, cuyo único objetivo es invitar a los filósofos políticos a interactuar reflexivamente
con los filósofos de la economía.
Finalmente, en este recorrido inverso llegamos a la primera parte, donde se efectúa un
estudio de los rasgos que son propios del sistema capitalista contemporáneo. Esta primera
parte fue la última en ser redactada, y hace un uso sistemático de las investigaciones
teóricas contenidas en las partes anteriores y en cierto sentido es una “destilación” de
dichas reflexiones. Esta primera parte también profundiza en los aspectos más específicos,
tanto del capitalismo transnacional y globalizado del siglo XXI, como de las corporaciones
transnacionales que ejercen el poder de asignar los recursos económicos en el mundo actual,
por lo tanto, también destila y resume los contenidos de la parte sexta del libro. En particular
se examina el poder del capital financiero en esta era global, y la manera como este capital
financiero ha conquistado y colonizado los Estados democráticos, no solo de las regiones
periféricas del mundo sino también de los grandes centros hegemónicos de Occidente. Los
sistemas políticos de los países centrales están por ahora subyugados a la lógica omnipotente
de las entidades y de los mercados financieros, con un aparato fiscal subordinado a las
políticas monetarias concebidas por Bancos Centrales que, como en el caso de la Eurozona,
no responden a los intereses nacionales de la mayoría de los países miembros.
El resultado visible es el derrumbe de las democracias sociales y de los Estados
benefactores que se construyeron en la posguerra y el surgimiento de movimientos sociales
fragmentados a escala nacional como los indignados, Occupy Wall Street, la primavera árabe,
y también en los países latinoamericanos los movimientos juveniles que luchan por los bienes
públicos y los derechos sociales básicos.
En conclusión, la lucha por romper la hegemonía de los mercados financieros globales
privadamente controlados, y por asegurar una verdadera responsabilidad social corporativa,
deberá pasar por un fortalecimiento de las democracias occidentales hoy amenazadas por el
poder desbordado del capitalismo global y de las corporaciones transnacionales que pretenden
autorregularse al margen de las instituciones del Estado democrático.
Resumiendo lo dicho, la preocupación central abordada en este libro son las
formas presuntamente autorreguladas de los mercados globales y de las corporaciones
transnacionales que son sus actores dominantes. El libro cuestiona severamente los
dogmas del fundamentalismo de mercado que sostiene aquellas premisas y que ha dado en
denominarse neoliberalismo y es el fundamento de un nuevo sistema de dominación. En esta
presentación, las partes del libro han sido comentadas en orden inverso al que figuran en el
texto, precisamente para facilitar la comprensión de su hilo conductor.
Muchas gracias

By | octubre 7th, 2020|Sin categoría|Sin comentarios

LIBRO PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

DEMOCRACIA INTEGRAL Y REPUBLICANISMO

Las nociones de democracia y de proceso de democratización que aquí se proponen, a las que denominaremos «integrales o multidimensionales», pretenden universalizar la noción de democracia no solo para la esfera de los regímenes políticos, sino también extendiéndola a las otras dimensiones de las sociedades humanas.

Lo que caracteriza al republicanismo, al representarse en la tradición judeo-greco-latina, es el contenido ético que se le confiere a las formas de gobierno, las que deben estar fundadas en el concepto de virtud. No está claro qué es lo que quiere decirse con este término, pero sin duda, él introduce el ámbito de la moral y de la ética en las formas políticas del poder. Entonces, orientada a estas raíces de la noción republicana, la noción de virtud nos remite a la idea de justicia, cargada con fundamentos éticos y morales.

Los rasgos republicanos más típicos que hoy se le reconocen a esta visión de la democracia integral son esencialmente tres: a) una correspondencia o correlación estrictas entre la vigencia de los derechos y las libertades humanas, por una parte, y la vigencia de los deberes y las responsabilidades humanas (asociadas a la noción de virtud cívica), por otra; b) una noción de libertad como no dominación; c) una concepción sustantiva (por oposición a procedimental) de la democracia asociada la noción de justicia (Salvat 2002, Ovejero 2004).

El derecho a elegir y a ser elegido a cargos gubernamentales por parte de los ciudadanos de un régimen democrático, otorga un papel central a los seres humanos, ya que la condición de ciudadano se predica solamente respecto de los seres humanos. Si bien no todo ser humano ha sido investido, en la historia, con la condición de ciudadano, queda claro que todo ciudadano debe ser necesariamente un ser humano. Este énfasis en la condición humana de cualquier ciudadano puede parecer una perogrullada obvia, si no fuera porque en el presente de las megacorporaciones capitalistas se ha acuñado la equívoca expresión «ciudadanía corporativa» o «ciudadanía empresarial» que confunde el significado básico de nociones centrales de la ciencia política establecidas desde los tiempos de Aristóteles.

El sufragio universal es una, entre tantas formas de establecer esa centralidad del ciudadano que, a través de ese mecanismo, expresa su voluntad soberana y constituye los fundamentos del poder del estado. En caso de que el derecho a elegir y ser elegido se extienda a todos los seres humanos, significa que la centralidad del ciudadano se convierte en la centralidad del ser humano como fuente de legitimidad y poder de los regímenes políticos.

La otra forma de establecer esa centralidad de los seres humanos en el proceso democrático, se asocia a la noción, de origen liberal, de derechos humanos. Pero, para la visión republicana en su modalidad de democracia integral, esta noción carece de vigencia efectiva y de empoderamiento eficaz, si no guarda correspondencia con una correlativa especificación de los deberes, obligaciones, compromisos y responsabilidades de los encargados de hacer cumplir aquellos derechos.

Si se acepta ese lugar central para la noción de ser humano, entonces la democracia integral debe ser una expresión a escala social de la defensa de aquellos rasgos que definen a un ser humano. Siguiendo a Aristóteles, los seres humanos poseen cuatro rasgos bastante definitorios que son objetivos y universales: a) la animalidad con sus condiciones biológico-ambientales subyacentes, b) la racionalidad moral o la capacidad y voluntad para proponerse fines y valores que pueden ser juzgados a la luz de principios éticos, c) la racionalidad instrumental o la capacidad de producir instrumentos destinados a satisfacer los fines de la vida social, y d) la «socialidad», entendida como una condición objetiva inherente a la naturaleza humana, por oposición a «sociabilidad», que es un término más equívoco y se refiere más bien a una disposición personal y voluntaria a ser más o menos sociable. Los seres humanos son animales sociales, pero la «socialidad» humana es más compleja y desarrollada que la «socialidad» de otras especies animales, y esa complejidad se expresa en el dictum de Aristóteles, de que los seres humanos son «animales políticos».

Desde luego la noción de animal político incluye la de animal social, pero lo inverso no es necesariamente cierto. Por eso, solamente los humanos en este planeta somos animales políticos. La condición de animal político es objetiva e independiente de la conciencia de quienes lo son, así como la condición de bípedo es inherente a las formas de la animalidad humana, y no porque alguien se empecine en caminar como un cuadrúpedo, modificará un elemento que ya es inherente a la condición humana.

A cada uno de estos cuatro rasgos de la condición humana (animalidad, racionalidad moral, racionalidad instrumental y «socialidad») les corresponden cuatro subsistemas sociales (biológico-ambiental, cultural, económico y político). Esta correspondencia es desde luego planteada aquí de una manera aún borrosa, y expresa no más que un bosquejo que debería ser profundizado. Pero sirve para señalar el nexo entre las cuatro dimensiones definitorias de los seres humanos y los cuatro subsistemas constitutivos de toda sociedad humana.

En suma, una democracia integral es aquella entendida multidimensionalmente como democracia postulada y practicada no sólo en la esfera política, sino también en las dimensiones biológico-ambiental, económica, y cultural. En consecuencia, una democracia de este tipo, si asume un carácter republicano, debería incluir listas de derechos y obligaciones no sólo políticos sino también económicos, biológico-ambientales y culturales. Los derechos ciudadanos deben ser empoderados mediante el compromiso y las obligaciones asumidas por aquellos dotados de poder. Con tal objeto se requiere establecer quién, cuándo y cómo asume las responsabilidades requeridas para dar vigencia a esos derechos ciudadanos.

A la noción de poder, entendida como una posición social institucionalizada ocupada por una persona, le corresponde en el otro polo la noción de impotencia social o pobreza. La noción de pobreza puede ser caracterizada como carencia de poder en algún ámbito de la vida social. Los pobres son seres humanos que tienen derechos (merecimientos o méritos suficientes que justifican pretensiones) a recibir ciertos bienes de la sociedad, pero no están empoderados por la sociedad para que esos derechos adquieran vigencia.

La pobreza es así una privación de algo que necesariamente se debería poseer. Los pobres, igual que los ricos, están en potencia de superar su pobreza cultural (por ejemplo, alfabetizándose), de superar su pobreza económica (accediendo a los recursos que se ofrecen en los mercados), de superar su pobreza biológico-ambiental (respirando aire limpio y bebiendo agua no contaminada), y de superar su pobreza política (accediendo a los derechos civiles y ciudadanos básicos). La versión multidimensional o integral de la democracia republicana se propone precisamente actualizar las potencialidades de los pobres, incorporándolos plenamente a la participación en todas las dimensiones de la vida social. Para ello deben ser empoderados, es decir, debe otorgarse vigencia efectiva a sus derechos biológico-ambientales, económicos, sociales y políticos.

El papel político del estado es fijar las reglas de juego de las sociedades humanas en todas sus dimensiones. Por lo tanto, el objeto de acción de todo estado que detenta el poder político (monopolio de la coerción) incluye el dictado de las reglas formales, legales y de curso obligatorio que determinan la dinámica de los cuatro subsistemas mencionados. Desde este punto de vista pueden entenderse las reflexiones de Aristóteles que atribuían la preeminencia de la política por encima de cualquier otra ciencia práctica.

La política en efecto es una práctica y una disciplina «envolvente», por así decirlo, que fija las reglas de juego básicas que determinan el funcionamiento de todos los subsistemas sociales y la forma en que puede establecerse la correspondencia entre ellos.

Nótese, sin embargo, que los contenidos de la cultura fijan los valores y fines de la acción humana, con lo que también la cultura alude a una práctica y una disciplina envolvente, interiorizada en los comportamientos humanos cotidianos.

Entendida de este modo, la «democracia republicana multidimensional» pone a los seres humanos integralmente considerados en el centro de los fines últimos que orientan el proceso social. Si se acepta esta humanización integral de la democracia, entonces el objetivo general del proceso democrático se asocia con la noción de desarrollo humano predicada para todo y cada uno de los seres humanos que componen la vida social.

La noción de desarrollo humano tiene un contenido conceptual debatible y posee diferentes acepciones, pero en cualquier caso coloca a los seres humanos en el centro del debate. Aquello respecto de lo cual se predica el desarrollo no son los subsistemas económicos, políticos o culturales por sí mismos, sino los seres humanos mismos. En consecuencia, nociones como desarrollo económico, desarrollo político o desarrollo cultural son puramente instrumentales e ininteligibles si no se específica su conexión con alguna noción socialmente aceptada de desarrollo humano.

Este libro ha intentado desentrañar los conceptos de poder y de dominación. Lo ha hecho en relación con la era global del tercer milenio y con el papel que en aquellos conceptos desempeña la mega-corporación transnacional en las modalidades vigentes del capitalismo actual. La contrapartida de la noción de libertad es la noción de poder. La noción de poder precede, en la esfera social, a la noción de libertad. Y la mega corporación expresa las máximas posiciones de poder ocupadas por un agente económico en la esfera de los mercados.

En el capitalismo, la noción de propiedad referida a las personas ha sido extendida por la noción de propiedad referida a las organizaciones. En las versiones liberales primigenias, por ejemplo en Locke o en Rousseau, la propiedad de los recursos se predicaba y legitimaba respecto de las personas naturales, y no de las personas jurídicas como es el caso con las corporaciones trasnacionales. En Locke la propiedad privada se legitimaba a través de la agregación de trabajo a bienes o recursos que antes estaban en un «estado de naturaleza». Esta idea asociaba también el derecho a la propiedad de los recursos con la iniciativa individual de aquellos que, mediante su trabajo, agregaban valor a dichos recursos.

También para Rousseau la propiedad se predicaba respecto de ciudadanos, es decir, de personas investidas de derechos y obligaciones. Pero en Rousseau la noción predominante original era la voluntad popular del ciudadano, que mediante el contrato social creaba el Estado. En Rousseau (2010) la noción de libertad no se acopla con la noción de propiedad, y la noción de igualdad es mucho más fuerte que en Locke, por ejemplo, cuando afirma: «Y que ningún ciudadano sea suficientemente opulento como para comprar a otro ni ninguno tan pobre como para ser obligado a venderse; lo que supone, por parte de los grandes, moderación de bienes y de crédito y, por parte de los pequeños, moderación de avaricia y de codicia» (p. 53). Hay implícita en estas líneas una apelación a la función social de la propiedad y a la noción de igualdad básica entre los seres humanos que no está presente en Locke.

En la justificación que hace Locke de la propiedad privada hay una apelación a la libertad positiva, entendida como libertad para emprender acciones económicas que, mediante el trabajo personal, agregan valor al patrimonio natural. En las limitaciones que pone Rousseau a la propiedad de riqueza hay una apelación a la libertad negativa, entendida como rechazo a la dominación. Así Rousseau está más cerca de lo que estamos denominando democracia integral y Locke más cerca de lo que hoy denominamos democracia liberal.

Pero es necesario enfatizar algo esencial: los actores del proceso económico contemporáneo ya no son las personas naturales, los seres humanos, sino las personas jurídicas, las organizaciones. Esas organizaciones han alcanzado una escala tal, que su existencia y desempeño en los mercados no puede justificarse, como hacía Locke, en la defensa de la libertad de las personas para emprender, porque esa libertad para emprender se ha institucionalizado en reglas y limitaciones al trabajo creativo, impuestas por la prioridad del lucro sobre la creatividad, y segundo, porque el poder de mercado, al irse acumulando, crea situaciones monopólicas u oligopólicas que afectan a la gran masa de micro, pequeñas y medianas empresas, mayoritariamente constituidas por personas directamente responsables de su gestión, y les impiden el desarrollo de su creatividad personal.

En estos dos autores que hemos elegido para nuestro contrapunto reflexivo, tan importantes en la formulación de las bases del liberalismo político sobre las que se fundaron las democracias contemporáneas, las nociones de libertad se predican respecto de seres humanos y no respecto de organizaciones.

En primer lugar, vale la pena proyectar una mirada histórica sobre la relación general de causalidad social entre las nociones de poder y libertad positiva, y las nociones de dominación y libertad negativa. La libertad positiva es «libertad para emprender» y se asocia con los objetivos de expansión de la burguesía industrial, por oposición a la noción de libertad negativa, que es liberación por parte del dominado, respecto de posiciones o situaciones de dominación. Esta noción de liberación, en los inicios de la Revolución Industrial, planteaba la lucha de la burguesía industrial naciente contra la opresión o dominación de los regímenes absolutistas de las monarquías apoyadas en el orden económico mercantilista. Era la lucha entre personas-ciudadanos que se alzaban frente a estados absolutistas. Era la libertad entendida como libertad negativa, es decir como liberación respecto de estructuras preexistentes de dominación.

Este lenguaje del poder y de la dominación es el que pretende examinarse con más detalle en este libro y vincularlo con las instituciones, prácticas, valores y principios del capitalismo y de la democracia.

Se puede tomar como punto de partida una situación de dominación establecida, donde es razonablemente posible determinar quién es el dominador y quién es el dominado. El quiebre de esa relación de dominación sería una liberación o libertad negativa, respecto del dominador previo. Una vez establecido ese quiebre, emerge un nuevo posicionamiento social que habilita al «ex dominado» (le concede «libertad para»): fijar con autonomía sus fines en el subsistema social donde esa relación de dominación tenía previamente lugar.

Supongamos que el dominador de la situación anterior es una corporación transnacional oligopólica que limita el radio de acción y la iniciativa de pequeñas y medianas empresas que operan en el mismo mercado, o que afecta el poder de elección o de adquisición de sus clientes. En suma, la corporación dominante comete cierto tipo de abusos (violaciones a la justicia distributiva) en su relación con los competidores y con los proveedores y clientes en su propio mercado.

Si el sistema jurídico establece una legislación de defensa de los consumidores y de los principios de la competencia justa, creando nuevos deberes, obligaciones y responsabilidades a la empresa dominante, este proceso generará un ámbito de libertad en un doble sentido. Primero una «libertad negativa» como liberación de una situación de dominación previamente establecida, y segundo, una «libertad positiva», al posibilitar el emprendimiento de nuevas opciones para las pequeñas empresas y los consumidores previamente dominados en la situación anterior. Esta transición de posiciones de poder se podrá razonablemente mensurar en los precios y las cantidades que se trancen en los mercados y en la distribución de la masa general de lucros o ganancias alcanzadas por todos los emprendedores.

Del mismo modo, esta preeminencia de las corporaciones transnacionales en la esfera de la propiedad de los recursos productivos aplicados al lucro y la acumulación, afecta la libertad de las personas y las familias al controlar los términos del contrato privado. En el caso de la concesión de créditos al consumo, los procedimientos financieros más recientes han dado lugar a incontables abusos derivados de las diferentes posiciones de poder de las partes contratantes. Los que conceden el crédito son enormes corporaciones privadas, mientras que los que se endeudan son generalmente personas de ingresos medios o bajos.

Pero las nociones de poder y de dominación no solo son explicativas respecto de los subsistemas económicos, sino que pueden usarse para entender las injusticias que tienen lugar en los otros subsistemas sociales. El ejemplo anterior, referido a la esfera económica, es especialmente pertinente en un orden social donde el poder de mercado se impone sobre las otras formas sociales del poder; sin embargo, puede ser generalizado a todos los subsistemas de la vida social. Así, el ejercicio de la capacidad de elección en el mercado es precedido por la posesión de poder adquisitivo general, requerido para transar todo tipo de mercancías; el ejercicio de la libertad en la esfera de la cultura es precedido por el poder para acceder y utilizar los medios de información, comunicación y conocimiento; el ejercicio de los derechos civiles y políticos es precedido por el poder que emana de las reglas de juego, efectivamente vigentes, del estado.

El ejercicio del poder es siempre una categoría relacional, sea que se proyecte sobre las cosas (caso en que hablamos de posesión, producción, consumo, etc.), sea que se proyecte sobre las personas, en cuyo caso hablamos de dominación.

Nunca antes en la historia humana, las formas económicas del poder y la dominación tuvieron tal gravitación en los ordenamientos sociales. No son solamente los bienes económicos, tales como los medios de vida y de producción, los que se transan de manera creciente en los mercados respectivos.

Los bienes culturales se distribuyen a través de los mecanismos de información, comunicación y conocimiento, y el acceso a dichos mecanismos está crecientemente mediado por los mercados en ámbitos tales como la educación, el arte, la ciencia, o los medios de comunicación masiva.

Los bienes biológico-ambientales también de manera indirecta adquieren precio en el mercado. Por ejemplo, el acceso al aire puro, al agua pura, a paisajes estéticos, plazas y jardines, y a otros bienes públicos similares, suele estar crecientemente mediado por mercados que racionan esas opciones.

Por último, también ciertos bienes de naturaleza política como seguridad ciudadana o administración de justicia, suelen pasar por la criba de los mercados. Por ejemplo, la contratación de mercenarios para la guerra es una forma de mercantilizar procesos de naturaleza intrínsecamente política.

En consecuencia, las formas de la dominación en esta era global pasan especialmente por la esfera de los mercados y se manifiestan de maneras diferentes a las teorías de explotación del siglo xix.

Los ejemplos más obvios de las nuevas condiciones de la dominación injusta (o explotación) tienen que ver con el mecanismo del endeudamiento en la esfera del consumo, y, más específicamente, en lo relativo a los bienes durables de uso o consumo individual y familiar.

Los consumidores tienen acceso a una enorme variedad de bienes, tanto de consumo durable como perecedero. La compra del primer tipo de bienes se funda en el uso del crédito a plazos que, por lo general, compromete sueldos que serán percibidos en meses o años futuros. Este mecanismo de endeudamiento atrapa y subordina a los deudores, a nuevos mecanismos de dominación y explotación. Este tipo de situaciones se relaciona con la crisis de las denominadas «hipotecas tóxicas» en Estados Unidos (2008) o con la proliferación de tarjetas de crédito, emitidas no sólo por la banca sino por las mega corporaciones del comercio al por menor.

Las mega corporaciones transnacionales de la presente era global, cuando actúan en la esfera bancaria-financiera, poseen una forma especial de poder conferida por su control del mercado de dinero. Como decía Schumpeter (1967) «el mercado de dinero es siempre el estado mayor del sistema capitalista» (p. 133). Sin embargo, fue Keynes, en su Tratado de la moneda, quien esclareció los vínculos entre el poder político y el poder económico en la esfera monetaria.

Aun cuando, el papel protagónico de las mega corporaciones que actúan en la esfera monetario-financiera en el ámbito de los mercados capitalistas globales es un dato esencial para la comprensión de los procesos de dominación social en el tercer milenio, seguimos aquí en el campo de los procesos particulares. En la tercera parte de este libro se efectuará un intento de teorizar de manera más general, respecto de las nociones de poder y de dominación.

Conviene establecer una generalización más amplia entre las nociones de poder y de dominación, por una parte, y las nociones de justicia y democracia por la otra. Con tal fin nos remitimos nuevamente a las nociones aristotélicas de justicia legal (o conmutativa) y justicia distributiva. La idea central que pretendemos desarrollar aquí, ya sugerida en secciones anteriores, es que las nociones de justicia legal o conmutativa nos remiten a la lógica del capitalismo, en tanto que las nociones de justicia distributiva nos remiten a la lógica de la democracia.

La democracia liberal fue revolucionaria a fines del siglo xviii precisamente porque su noción de libertad negativa estaba asociada con el quiebre de la dominación del antiguo régimen absolutista que sustentaba las formas económicas precapitalistas, y porque su noción de libertad positiva se expresaba en la iniciativa individual, dada a través de los mercados, cuya «mano invisible» transmutaba el interés Capitalismo y Democracia 87 privado en prosperidad y desarrollo públicos. Fue además revolucionaria porque atacó las formas esclavistas y serviles de la dominación en el ámbito de los regímenes laborales. En ese sentido practicó la libertad negativa como ruptura de un sistema de dominación.

Pero para los burgueses capitalistas del siglo xix, la noción de libertad positiva estaba ligada a la propiedad de los medios de producción y a los mecanismos del mercado. Era una libertad para los propietarios. Su divisa no fue en definitiva la de «libertad, igualdad y fraternidad», sino la de «propiedad privada como fundamento de la libertad burguesa». Posteriormente, con la consolidación del capitalismo, esa propiedad de riqueza se transmutó en propiedad de capital, para acumular, lucrar y crecer. Finalmente, en la era presente del capitalismo oligopólico globalizado, esa dupla «libertad-propiedad» no se predica respecto de las personas naturales que también pueden ser ciudadanos, sino respecto de esas personas jurídicas (mega corporaciones) que son las nuevas formas organizacionales del capital transnacional.

En consecuencia, hoy predomina cada vez más una forma de democracia (¿poliarquía plutocrática?) que se basa en la dupla «libertad-propiedad» y que en el campo de la filosofía política se conoce como libertarianismo, predicada aparentemente para los propietarios que son personas naturales, pero practicada como sustento para la legitimación de las corporaciones oligopólicas transnacionales que, incluso, llegan a pretender un título «honorífico» de ciudadanía empresarial o corporativa.

La otra forma de libertad es la que parte de la noción de ser humano, el único ente que en el planeta Tierra puede ser ciudadano por ser un animal político. El ciudadano es necesariamente una persona y no un mecanismo organizativo sujeto a la ficción de la personería jurídica.

En el republicanismo de raíces grecolatinas, la noción de ciudadano (y no la de propietario) es el punto de partida de toda filosofía política. Para Aristóteles una condición para ser ciudadano era la de ser libre de sujeciones o formas de dominación que le estén impidiendo el ejercicio pleno de su ciudadanía. Aristóteles entendió esto y por eso, desde su posición de aristócrata privilegiado, negó que los esclavos, los sirvientes, los artesanos e incluso, los pequeños mercaderes, pudieran ser ciudadanos plenos.

Para el filósofo griego la justicia es la práctica de la virtud frente al otro con quien se convive. Por lo tanto, para plantear la noción de justicia, toma como punto de partida la noción de virtud. En terminología moderna esto significa que él proyecta una visión institucional sobre el tema de la justicia. En efecto, la virtud, según Aristóteles, es un hábito, tiene un carácter recurrente, repetitivo. Igualmente, la práctica de la justicia (ejercicio de la virtud frente al otro) significa que los magistrados (aquellos dotados de poder como los legisladores, los jueces o los supremos gobernantes) solo pueden practicar la justicia si es que son virtuosos, y por lo tanto, pueden proyectar su virtud frente a los otros.

De manera más amplia, en una democracia ideal de ciudadanos, donde todos pueden participar activamente en el gobierno de la polis, una sociedad justa sería aquella compuesta por ciudadanos virtuosos que también serían justos al proyectar su virtud frente al otro.

Si aceptamos que las instituciones son reglas sociales vigentes (es decir, efectivamente practicadas) y, por lo tanto, recurrentes, la práctica habitual de la justicia es la práctica habitual de la virtud proyectada a la esfera social. Existe por ende un nexo importante entre la noción de virtud, la noción de justicia y la noción republicana de democracia.

Es por esta razón que Aristóteles, más allá del tipo de régimen político que se instale (monarquía, aristocracia, democracia) observa que los regímenes «buenos» exigen que los gobernantes no actúen en su propio beneficio, sino en interés de toda la polis. Es decir, exige que sean virtuosos y que practiquen su virtud frente a los otros. Establecida de este modo la noción de justicia y sus nexos con la noción de virtud, focaliza las dos formas principales de la justicia que son, como hemos señalado reiteradamente, la justicia legal o conmutativa y la justicia distributiva.

La única justicia que reconoce el capitalismo es la que se aplica a los contratos. Por oposición, la justicia distributiva es la que resulta propia de la vigencia de la democracia. Ambas formas de justicia no son excluyentes, pero, en el republicanismo como forma de gobierno, la justicia distributiva que se practica respecto de las personas, debe predominar sobre la justicia conmutativa que se aplica sobre los propietarios.

 

Capítulo 4 del libro de Armando Di Filippo, PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA, RIL Editores 2012, ISBN: 978-956-284-912-8.-

By | julio 4th, 2020|Sin categoría|Sin comentarios

LAS IDEAS DE OSVALDO SUNKEL

LAS IDEAS DE OSVALDO SUNKEL

 

El objetivo de este comentario es interpretar las contribuciones que efectuó Osvaldo Sunkel al pensamiento estructuralista y neoestructuralista respecto de las ideas de dependencia y heterogeneidad estructural. Si mi interpretación es correcta, la tesis central de su visión del desarrollo, profundizada por el propio Sunkel en su famoso texto de 1970 elaborado en colaboración con Pedro Paz, es que, desde la Revolución Industrial Británica, la expansión del poder productivo del capitalismo es el fundamento sobre el cual reposan las dinámicas tanto del sistema centro-periferia como del sistema dominación-dependencia que es una proyección del otro.

La expansión del poder productivo de una sociedad es condición necesaria, aunque no suficiente para avanzar en el proceso de desarrollo económico, y, a escala internacional representa el punto de partida de una cadena causal de poderes detentada por los centros hegemónicos, la que incluye el poder de mercado, el poder militar y los mecanismos de la información, la comunicación y el conocimiento sobre los que ha reposado el poder cultural e ideológico de dichos centros.

Si tomamos como hilo conductor de este comentario a la noción de poder, desde una perspectiva histórico estructural que el propio Sunkel profundizó, la Revolución Industrial Británica de fines del siglo XVIII, generó los cimientos del poder productivo sobre los que se construyó la hegemonía de los centros capitalistas desde hace dos siglos y medio a esta parte.

Los países centrales del capitalismo, Gran Bretaña durante el siglo XIX, Estados Unidos durante el siglo XX, y probablemente China en lo que reste del presente siglo generaron un proceso causal que, partiendo del poder productivo, se proyectó a los poderes de mercado, a los poderes militares, normativos y culturales de dichos centros.

La gestación de un salto sin precedentes en el poder productivo con base en la racionalidad instrumental del capitalismo, en el control de las ciencias físicas y en la utilización pragmática del cambio técnico fue la plataforma inicial en que se asentaron las victorias hegemónicas de los grandes centros capitalistas.

Fue el poder productivo de la Revolución Industrial el que convirtió a Gran Bretaña en el centro hegemónico del capitalismo en el siglo XIX, y fue el poder productivo de la Revolución Industrial de los Estados Unidos el que lo convirtió en el centro hegemónico del siglo XX. Por supuesto lo mismo se aplica al poder productivo actual de China que sin aceptar los valores democráticos de las sociedades occidentales supo asimilar los logros del capitalismo occidental.

En los tres casos señalados, de dichos poderes productivos se derivaron el poder de mercado y el poder militar, que caracterizaron la condición dominante de esos grandes centros. En este siglo XXI la irrupción de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC) está definiendo las formas a través de las cuales el cambio técnico también se expande al campo de las ideas hasta culminar en el creciente control de los algoritmos que alimentan la inteligencia artificial.

Dicho todo esto podemos desembocar en las contribuciones de Osvaldo Sunkel recurriendo a dos nociones que son significativas tanto en el enfoque estructuralista como en el neoestructuralista me refiero a la heterogeneidad estructural de las sociedades latinoamericanas y, de manera más general, a la dependencia de las naciones periféricas respecto de las naciones centrales. En ambos casos, de lo que estamos hablando en última instancia es de las nociones de poder y de dominación en sentido amplio, pero partiendo de las formas específicas del poder productivo que se despliega en cada caso.

Hoy más que nunca se ponen de relieve esos vínculos conceptuales a la luz del surgimiento y sólida instalación de las corporaciones transnacionales a las que en la década del 70 Osvaldo Sunkel denominó contras o conglomerados transnacionales. Hasta aquí estamos hablando de los mecanismos de dominación de las economías centrales, pero el poder productivo también es el factor causal fundamental de las dinámicas de la heterogeneidad estructural en las economías latinoamericanas.

De nuevo si sólo adoptamos una concepción puramente economicista y/o empiricista de la heterogeneidad estructural, hablaremos de los estratos moderno intermedio y primitivo definidos meramente como mediciones ex post del producto medio por trabajador.

Pero si exploramos el potencial productivo vigente en nuestras sociedades son, sin duda los conglomerados transnacionales, los que articulan, estructuran y dominan todos los restantes estratos de la heterogeneidad estructural en el ámbito empresarial. En resumen, tanto hoy como hace medio siglo (cuando Aníbal Pinto primero, y Osvaldo Sunkel después, definían y caracterizaban los rasgos dominantes de la heterogeneidad estructural) las corporaciones o conglomerados transnacionales continúan ocupando una posición dominante, porque controlan el poder productivo (volvemos a nuestro concepto clave) del sistema capitalista en la era global.

Por otro lado, respecto de la noción de dependencia, el capitalismo de los centros dominantes sigue fundando sus posiciones hegemónicas presentes y futuras en el poder productivo potencial que va derivando del avance científico y tecnológico. A partir de la presencia de ese poder productivo hegemónico es cómo pueden discernirse todas las otras formas de la dependencia (económica, financiera, cultural, etc.) que los sociólogos latinoamericanos estudiaron durante las décadas los sesenta y setenta.

Uno de los grandes méritos del neo estructuralismo de los años noventa fue precisamente el realzar y subrayar, el rol crucial de la creatividad científica y tecnológica, para avanzar en la transformación productiva con equidad. Pero esa profundización en los temas de la ciencia y la tecnología de esos años desconsideró los temas de la justicia distributiva, que luego fueron intensamente rescatados por CEPAL en el presente siglo con base en la serie de documentos que se iniciaron con “La Hora de la igualdad” (CEPAL 2010).

La medición ex post de los niveles de desigualdad no solo de poderes productivos sino también de ingresos encuentra sus coeficientes más extremos en la contrastación entre los grandes conglomerados transnacionales, por un lado, y las micro empresas de ínfima productividad por el otro.

Al hacer explícita aquí la noción de poder productivo que necesariamente antecede al proceso mismo de la producción (y no se confunde con las medidas estadísticas ex post del producto por trabajador, o de productividad de los factores) no se hace otra cosa que retornar a los orígenes del mensaje estructuralista fundacional ya que dicho poder es la manifestación concreta de la “propagación universal del progreso técnico” a que se refería Prebisch en la primera línea del Estudio Económico de América Latina (CEPAL 1949).  Y es allí donde radica la dinámica ex ante del poder productivo que alimenta el desarrollo.

A escala planetaria el poder productivo de los centros define su hegemonía en el sistema centro-periferia de relaciones internacionales. Al hacer explícitas las nociones de poder y de poder productivo, surge de inmediato la comprobación de que las economías centrales son dominantes porque controlan dicho poder, y las economías periféricas son dependientes porque carecen de dicho control.  En conclusión, a partir de la noción de poder productivo la dupla conceptual: economías dominantes-versus economías dependientes es una proyección natural e inmediata de la dupla conceptual: economías centrales-economías periféricas.

Al respecto decía Osvaldo Sunkel en su trabajo de los años 70 elaborado con la colaboración de Pedro Paz: “(…) este enfoque implica el uso de un método estructural, histórico y totalizante, a través del cual se persigue una reinterpretación del proceso de desarrollo de los países latinoamericanos, partiendo de una caracterización de su estructura productiva, de la estructura social y de poder derivada de aquella”. Es decir, según Sunkel la dinámica de la estructura productiva de los centros genera no sólo “las transformaciones que ocurren en los países centrales” sino también “las vinculaciones entre esos países y los periféricos” (página 40). Estas ideas de Sunkel están en estricta correspondencia con la visión centro-periferia formulada por Raúl Prebisch, pero, además, incluyen de manera explícita y reiterada la noción de poder entendida como poder productivo.

Lo mismo acontece con la noción de heterogeneidad estructural, donde los estratos de alta productividad ex ante, es decir los estratos con alto poder productivo, corresponden a los sectores dominantes de las economías nacionales de las sociedades latinoamericanas.

Osvaldo Sunkel, asociado con Ricardo Infante, elaboró una representación sistémica de la matriz de relaciones inter empresariales que le permitió estimar para la totalidad del sistema económico chileno el peso relativo de los sectores económicos según su tamaño y sus niveles de productividad. Resulta de manera inmediata de esos cálculos lo que era previsible: la posición dominante de los estratos de alta productividad, y la posición dependiente o subordinada de las empresas más pequeñas y de menor productividad. En donde la noción de productividad se entiende como una medida estadística. Desde luego los conglomerados transnacionales dominantes se ubican en el primero de los dos conjuntos señalados.

En la esfera de la circulación las posiciones oligopólicas y monopólicas de las grandes empresas especialmente las que transnacionalizan sus actividades influyen claramente de múltiples maneras sobre la dinámica de los mercados y la formación de los precios relativos.

Pero la interpretación de Sunkel respecto de las posiciones y relaciones de poder que operan en los mercados no se limita unilateralmente a subrayar la influencia de las corporaciones transnacionales. Su interpretación es más rica, amplia y profunda y, así observaba en los años setenta:

“Los diversos grupos de unidades económicas que actúan en el mercado forman numerosas alianzas de diversos tipos representativos de intereses múltiples: regionales, sectoriales, relacionados con la propiedad (nacional o extranjera) o el tamaño (grandes, medianos, pequeños), etcétera. Quienes constituyen tales unidades forman parte de grupos y clases sociales tanto como de una estructura social y establecen alianzas –sindicatos, gremios, asociaciones-  que representan y protegen sus intereses.”

Y continuaba diciendo Sunkel:

“Estas diversas alianzas constituyen bloques de poder que actúan directamente o mediante el sistema político y el Estado para influir en la asignación de recursos, el patrón de consumo, la fijación de precios y salarios, la distribución del crédito, la política fiscal, la extensión y el carácter de la información en general y del conocimiento tecnológico en particular, la concentración de la propiedad de los medios de producción, etcétera”.

Finalmente concluía diciendo:

En algunos casos, estas alianzas de empresas y consumidores, de intereses regionales y sectoriales, de grupos extranjeros y nacionales, de empresarios y trabajadores asalariados, de grupos étnicos dentro de la población, etcétera, negocian acuerdos que les permiten distribuirse entre ellos los mercados, el gasto público, la carga tributaria, el crédito, las divisas, etcétera. En otros casos, cuando hay sectores sin capacidad de negociación, es grande el desequilibrio de poder; tan grande en realidad, que los sectores dominantes simplemente imponen salarios, impuestos, precios, etcétera, a los demás” (Sunkel 1978, 5).

A partir de este tipo de reflexiones, surgen elementos inspiradores para elaborar una teoría del valor y de los precios muy distinta a la que deriva de los modelos neoclásicos que aún dominan el escenario académico occidental.

También las teorías ricardianas y marxistas sobre el valor trabajo, utilizadas para entender la dinámica de los mercados capitalistas amenazan con quedar obsoletas, ahora que la proliferación muy rápida de los algoritmos de la inteligencia artificial, va eliminando la necesidad de trabajo viviente para llevar adelante los procesos productivos.

El proceso de robotización amenaza hoy con agravar los problemas de marginalidad, que ya detectó Sunkel cuando escribió su recordado ensayo: “Desarrollo, subdesarrollo, Dependencia, marginación y desigualdades espaciales: Hacia un enfoque totalizante” vinculado con su caracterización de los conglomerados transnacionales de aquella época.

Como ha dicho reiteradamente el propio Osvaldo (y hoy nos ha recordado Alicia Bárcena) el mundo se enfrenta no meramente con una época de cambios sino con un radical cambio de época.

Presentación efectuada en la sede de CEPAL el 6 de setiembre de 2019, con motivo del homenaje rendido a Osvaldo Sunkel. La presente presentación formó parte de otras intervenciones llevadas a cabo por Ricardo Lagos ex presidente de Chile, Alicia Bárcena Secretaria Ejecutiva de CEPAL, Manuel Antonio Garretón premio nacional de humanidades, José Miguel Ahumada (Instituto de Estudios Internacionales Universidad de Chile), y Miguel Torres Director de la Revisa de CEPAL.

By | febrero 12th, 2020|Sin categoría|Sin comentarios

Argentina: neoliberalismo periférico versus estructuralismo latinoamericano

 

Puesto que la presente charla tiene lugar en una universidad argentina, será interesante contrastar la política económica del nuevo gobierno que asumió el mando a fines del 2015 a la luz de los marcos conceptuales propios del E.L. En el análisis que sigue se hace completa prescindencia de los aspectos partidarios o personales del proceso político coyuntural, así como de las imputaciones críticas que podrían efectuarse a los gobernantes, anteriores y actuales, respecto de la moralidad y/o eficiencia en la gestión de sus cargos. Ese aspecto puede ser crucial desde otras perspectivas pero aquí solamente se pretende explorar los rasgos más definitorios de la política económica que se ha instalado en el país durante 2016, desde una mirada propia del E.L.

Una evaluación de conjunto permite descubrir un viraje desde una estrategia que era impulsada por la demanda interna, pública y privada, apta para promover la industria interna ayudada por la integración de mercados latinoamericanos (por ejemplo MERCOSUR), hacia otra, que busca impulso en la demanda externa de productos primarios (exportaciones en rubros tradicionales) y en los aportes de los inversionistas extranjeros tradicionalmente orientados hacia esos mismos rubros (por ejemplo vía Alianza del Pacífico).

La estrategia reciente del gobierno se reorienta, así, hacia el clásico modelo primario-exportador   eliminando las cargas fiscales (retenciones) a las exportaciones agropecuarias con las que se financiaba parte del gasto público y de la protección social en la primera década de este siglo. Para recuperar la confianza internacional del mercado de capitales se pagó la deuda a los holdouts (fondos buitres), y se eliminaron los subsidios a las tarifas de servicios públicos reduciendo el poder adquisitivo salarial y aumentando los costos de las MIPYME. Mediante estas y otras señales “pro-mercado global” y “pro empresa transnacional”, el actual gobierno esperaba allanar el camino a una “lluvia” de inversiones extranjeras (o repatriadas con el blanqueo recientemente decretado) que estuvieran dirigidas a la economía real.  De este modo la demanda externa (exportaciones primarias) más las inversiones provenientes del exterior, reemplazaría a la demanda interna proveniente del gasto público y privado en bienes de consumo.

Con la liberalización creciente de las importaciones también se conspira contra la producción nacional. A esto contribuyó la fuerte devaluación de la moneda nacional que favoreció también a los sectores exportadores primarios, y perjudicó a los productores nacionales adquirentes de insumos y equipos industriales dirigidos al mercado interno.

En el marco de las reglas del MERCOSUR el principal estímulo externo a la producción manufacturera argentina provenía de Brasil, pero el viraje neoliberal de este país sumido también en una profunda recesión, y su abandono del ideario integrador latinoamericanista también contribuyen a la actual situación de “estanflación” argentina.

Respecto de la demanda interna, el impacto de estas medidas fue intensamente recesivo porque la redistribución de ingresos desde los sectores asalariados (formales o informales) y desde las MIPYME hacia los sectores empresariales dominantes, redujo el porcentaje del consumo popular sin que se expandieran visiblemente ni las exportaciones primarias ni las inversiones externas. Las primeras están experimentando una finalización del ciclo alcista de productos primarios que había sido promovido por el rápido crecimiento de la economía de China. Por otro lado la esperada “lluvia” de inversiones externas de naturaleza productiva no se está presentando porque el costo laboral y fiscal argentino es muy alto, y resulta preferible orientarse hacia la  inversión especulativa de corto plazo (letras del Banco Central) cuya rentabilidad anual (aún descontada la devaluación de la moneda nacional) es muy superior a la que podría derivarse de inversiones productivas. La recesión con inflación aumenta el déficit fiscal y el gobierno acude al endeudamiento para compensar los desequilibrios macroeconómicos. La actual orientación estratégica hacia el exterior quita importancia al mercado interno y facilita la reducción de los costos laborales de la producción argentina. Así se aumenta la competitividad internacional a costa de una reducción de los niveles medios de vida.

La agudización de la recesión ha ido acompañada de mayor desempleo y subempleo, con la consiguiente intensificación de la pobreza y concentración de los ingresos (Revista Entrelineas número 46, diversos autores).

En suma la economía política que a partir de 2016 ha comenzado a aplicarse no sólo es distinta a los preceptos de la E.L. sino claramente contraria y antagónica a estos. Tiende a premiar las actividades especulativas y rentistas en detrimento de ganancias genuinas de productividad. Tiende a consolidar la posición exportadora de productos primarios y a debilitar abiertamente el aparato industrial y la integración regional que complementaba esa estrategia. La integración que hoy se privilegia (Alianza del Pacífico) favorece a las CT, busca concentrar la distribución del ingreso y reduce el rol del propio mercado latinoamericano.

A escala macroeconómica se expresa en estas tendencias una apropiación socialmente “cerrada” (en favor de las ganancias corporativas transnacionales) de los eventuales incrementos de productividad que pudieran producirse en el futuro. Se verifica una reducción de los ingresos medios y bajos (salarios más ingresos de las MIPYME) que impulsaban la demanda final. Solamente si esas eventuales ganancias de productividad no se fugaran al exterior  y fueran reinvertidas en nuevas actividades productivas en el interior del país podría aumentar el coeficiente de inversiones respecto del producto. A juzgar por lo acontecido en este primer año, la recesión con inflación (estanflación) continúa.

En estas condiciones resulta normal un descenso de las recaudaciones tributarias.  Hasta ahora entonces, la estrategia económica desarrollada en este primer año está generando efectos a mediano plazo ya sufridos anteriormente en otros episodios recesivos. Estos acontecimientos vuelven a encadenar al país a su posición periférica, mono exportadora, deficitaria y deudora porque abren la puerta al caballo de Troya del endeudamiento insostenible. No debe entenderse que todos estos males deban adjudicarse a las presentes políticas, sino que ellas agravan antiguos males tales como la especulación financiera, la fuga de capitales, y el retorno a posiciones mono- productoras y mono-exportadoras.

El tema no tiene solución a escala nacional, y exige un retorno al ideario latinoamericanista,  por lo tanto no enfrentamos un problema solamente económico, sino fundamentalmente político.

Fragmento de El Estructuralismo latinoamericano. Validez y Vigencia en el Siglo XXI. Conferencia dictada sucesivamente en las Facultades de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y de Ciencias Económicas de la Universidad de Rosario, en noviembre del 2016. Publicada en la Revista Entrelíneas de la Política Económica, Año 10, número 48; Universidad Nacional de La Plata, Argentina.

 

By | abril 26th, 2019|Sin categoría|Sin comentarios

LA NOCIÓN DE PODER EN EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO

LA NOCIÓN DE PODER EN EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO

Síntesis                                                                                                                                    

Una manera significativa de evaluar las contribuciones y limitaciones de la corriente estructuralista de economía política  que nació en América Latina en la década de los años cincuenta, es,  según sugeriremos en estas notas, encuadrarla en un marco sistémico que permita sustentar el concepto de asimetrías de poder aplicable a las sociedades humanas. Lo que caracteriza a esta corriente de pensamiento es que sus categorías económicas  pueden articularse en torno al concepto de (asimetrías de) poder estructurado, examinado multidimensionalmente. Este abordaje posibilita una articulación teórica de los temas propiamente económicos con las otras dimensiones de las sociedades humanas, como por ejemplo las socio-culturales y políticas. Por lo tanto los conceptos de sistema y de poder estructurado a los que aludiremos son de naturaleza multidimensional.

  1. Introducción

Las ideas que se rescatan en este artículo tienen como hilo conductor los diagnósticos y propuestas del “último Prebisch” reflejadas en su libro Capitalismo Periférico. Crisis y Transformación (1981), donde trata de asimilar y sintetizar no sólo todas las experiencias de su larga vida pública e intelectual, sino también los trabajos de muchos pensadores latinoamericanos que se vieron influidos por sus ideas y, de manera conjunta contribuyeron a elaborar esa corriente de pensamiento que conocemos como Estructuralismo Latinoamericano. Uno de los rasgos que, además del propio Prebisch, están claramente presente en los más destacados representantes (Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Aníbal Pinto, y Aldo Ferrer) de esta escuela de pensamiento fue  la multidimensionalidad de sus enfoques y, en particular el uso de la noción de poder (Di Filippo 2009 y 2012).

En el marco de sus conceptualizaciones sobre el sistema económico y sobre la estructura social de la periferia latinoamericana observó Prebisch:

“Conforme la técnica va penetrando en la estructura social sobrevienen mutaciones que se reflejan en la estructura del poder. Se amplían los estratos intermedios y, a medida que avanza el proceso de democratización su poder sindical y político se despliega y contrapone cada vez más al poder económico de quienes, sobre todo en los estratos superiores, concentran la mayor parte de los medios productivos. Asimismo en esos estratos se encuentra principalmente la fuerza de trabajo con poder social. Estas relaciones de poder entre estratos superiores e intermedios se manifiestan tanto en la órbita del mercado como en la del Estado. Se desenvuelve de esta manera una presión cada vez mayor para compartir los frutos del incremento de la productividad. Y a medida que este compartimiento se consigue, tiende a extenderse socialmente hacia abajo la imitación de las formas de consumo de los centros, especialmente en los estratos intermedios. Pero el privilegio se concentra especialmente en los estratos superiores.”

“Esta doble presión [desde las órbitas del mercado y del Estado] se manifiesta a través de un aumento de las remuneraciones de la fuerza de trabajo, sea para mejorar su participación en el fruto de la productividad, o para resarcirse de la incidencia desfavorable de ciertos factores, sobre todo de las cargas fiscales que recaen, directa o indirectamente, sobre aquella y con las cuales el Estado hace frente a la tendencia a su crecimiento”.

“El poder burocrático y el militar tienen su propia dinámica en el aparato del Estado, apoyada en el poder político, principalmente de los estratos intermedios. Y a favor de ella [es decir a favor de aquella dinámica] se despliegan las actividades estatales más allá de consideraciones de economicidad, tanto en lo que concierne a la cuantía y diversificación de sus servicios como a la absorción espuria de fuerza de trabajo”.

“De esta manera el Estado, mediante el crecimiento del empleo y de los servicios sociales, trata de corregir la insuficiencia absorbente del sistema y su inequidad distributiva; lo cual es un factor importante en su hipertrofia”.

“Expresado lo anterior en pocas palabras: la distribución del fruto de la creciente productividad del sistema es fundamentalmente el resultado del juego cambiante de las relaciones de poder, sin excluir, desde luego, las diferencias individuales de capacidad y dinamismo”. (Prebisch 1981, 42, los énfasis y los paréntesis cuadrados fueron agregados a la cita para destacar algunos argumentos).

  1. Contenido de algunos conceptos básicos

En lo que sigue, este artículo trata de enmarcar conceptualmente las nociones de sistema, de estructura social, y de poder inspirándose libremente en las ideas del estructuralismo latinoamericano en general, y, de Prebisch en particular, con la pretensión de resaltar la importancia teórica y práctica de esas categorías que utiliza en su argumentación. Todas las formas de  poder (sindical, político, económico, social, burocrático, militar, etc.) de las que habla Prebisch en la larga cita anterior son intrínsecamente dinámicas y, por lo tanto, o están estructuradas o en proceso de estructuración o de desestructuración, y todas ellas son influidas, directa o indirectamente, por el cambio técnico.

Todas las nociones de poder que utiliza Prebisch están articuladas con sus preocupaciones por la distribución de los frutos del progreso técnico entre los grupos o estratos que concurren a su formación. En particular subraya la importancia del poder económico basado en la tenencia de medios productivos; del poder social vinculado con las calificaciones humanas que mejoran el posicionamiento en el mercado; y del poder sindical basado en la asociación de trabajadores para la defensa de sus intereses profesionales, económicos y laborales.

Además Prebisch habla del Estado por su importancia en la distribución de los frutos del progreso técnico y dentro de la órbita del Estado menciona también el poder burocrático y el poder militar.

Las reflexiones que siguen no pretenden imponer una interpretación única o dogmática de lo que Prebisch y la corriente estructuralista que lideró, dijo o quiso decir, simplemente se inspiran en algunos de sus argumentos centrales, para discurrir libremente sobre el tema. Se trata entonces de contribuir a un debate académico sobre la vigencia actual del estructuralismo latinoamericano respecto de temas que hacen a la esencia misma tanto de la teoría económica como de la economía política estructuralistas. Teniendo en mente esta perspectiva se analizan a continuación los contenidos de algunos concepto clave asociados al tema.

Sistemas: Siguiendo aquí a Mario Bunge (1999) filósofo que influyó en el pensamiento de CEPAL, por sistema cabría entender cualquier objeto complejo cuyas partes están unidas por lazos estables de algún tipo que constituyen su estructura. Un sistema concreto (por oposición a un sistema teórico) existe objetivamente y tiene una base física. Por lo tanto el rasgo central de todo sistema concreto es que está en permanente proceso de cambio. Una sociedad humana históricamente determinada puede verse como un sistema social concreto, intrínsecamente dinámico, cuyas partes son personas (o asociaciones/organizaciones conformadas por personas), y los lazos constitutivos de su estructura son reglas técnicas y sociales efectivamente vigentes. Merece subrayarse que desde un punto de vista epistemológico el pensamiento estructuralista es claramente sistémico.

Instituciones: Esas reglas interiorizadas en el comportamiento habitual pueden denominarse instituciones, sobre cuyas bases se erige la estructura social. El poder detentado por los actores sociales deriva de la posición ocupada en dichas instituciones. En la tradición institucionalista estadounidense fundada por Thorstein Veblen [1904] y John Commons [1934] se han enfatizado los hábitos mentales que rigen la acción colectiva como rasgos definitorios de la noción de instituciones. Por otro lado en la tradición estructuralista latinoamericana el énfasis se ha colocado en la importancia central del progreso técnico en la dinámica del desarrollo económico y en la distribución de sus frutos, y se han examinado los rasgos de esa dinámica en las economías periféricas. En ambas tradiciones teóricas el enfoque es multidimensional y no admite reduccionismos economicistas.

Poder: Para el estructuralismo latinoamericano el poder de los actores sociales depende de su ubicación en las estructuras. Dicho lo anterior, las nociones de poder estructurado y poder institucionalizado que utilizaremos en este ensayo son hasta, cierto punto sinónimos, habida cuenta de los matices anteriores. Es cuestión de acordar en qué sentido se utilizarán. En la esfera de la producción predominan las reglas técnicas, y en la esfera de los mercados predominan las reglas sociales. Las reglas técnicas establecen un vínculo persona-cosa (manejo de una máquina o de un utensilio cualquiera) en tanto las reglas sociales establecen directamente vínculos persona-persona (por ejemplo los regidos por el derecho de familia). En la teoría estructuralista latinoamericana del desarrollo la distribución del cambio técnico y de sus frutos ocupa un lugar medular y, desde ese punto de vista para enfatizar los aspectos inherentes a la estructura de la producción podría hablarse de poder productivo estructurado o de poder productivo en proceso de estructuración.

En un sentido lato, el término instituciones (sean éstas formales o informales) puede abarcar tanto las reglas técnicas como las sociales, pero en un sentido estricto, más usado por el neo-institucionalismo conservador (Douglass North por ejemplo) usualmente se refiere sólo a las reglas sociales. De allí entonces la conveniencia de usar el término poder estructurado que abarca explícitamente también las reglas técnicas tan esenciales en el discurso estructuralista.

En resumen para el estructuralismo latinoamericano el concepto de poder estructurado puede verse como la posición ocupada por las personas en las estructuras sociales básicas incluyendo de manera destacada y enfática las estructuras de la propiedad y de la producción. Los actores sociales pueden definirse ampliamente como personas jurídicas (todo tipo de organizaciones y asociaciones) pero, en sentido estricto sólo cabe predicar el concepto de poder respecto de personas naturales (es decir los seres humanos concretos).

Estructura social: En la perspectiva de Max Weber (1973, 1974) la noción de relaciones sociales (por oposición a la idea más difusa de interacciones humanas) supone la creencia en expectativas recíprocas de conducta, sea que esta creencia esté fundada en probabilidades calculables, o en la práctica cotidiana de los vínculos entre seres humanos. El poder tal como lo hemos definido para los fines de este ensayo es, cabe enfatizarlo, poder estructurado y reposa sobre dichas expectativas de conducta. Algunas de estas expectativas de antigua raíz ética o religiosa están muy arraigadas en la cultura de los pueblos, pero otras de naturaleza política o incluso económica suelen experimentar modificaciones más frecuentes, por ejemplo en la esfera de la técnica (relaciones persona-cosa). Aun así en la medida que son interiorizadas como reglas vigentes de comportamiento forman parte de las formas estructuradas del poder. Detrás del poder científico-técnico están los logros de los sistemas culturales, tal es el caso con las visiones pragmáticas de la ciencia occidental. Con base en estos argumentos la estructura social puede examinarse, tal como lo hacen los estructuralistas, desde el punto de vista de la estructura de poder que le es inherente.

Las formas culturales del poder estructurado se asocian al control legitimado de las organizaciones y las tecnologías  que permiten proveer masivamente información, comunicación y conocimiento. El poder de la ciencia es la forma cultural subyacente al progreso técnico y a la distribución de sus frutos. En esta era de las tecnologías de la información, de la comunicación y del conocimiento (TIC) las formas del poder cultural (y su manipulación por parte del poder económico) adquieren importancia creciente.

Las formas políticas del poder estructurado se asocian  al control legitimado de reglas de juego constitucionales sobre las cuales se apoya la organización del Estado. El control legitimado de las burocracias públicas y de las fuerzas armadas son prerrogativas esenciales del poder del Estado.

Por último las formas económicas del poder estructurado se asocian al control legitimado (derechos de propiedad) de las organizaciones y tecnologías de producción, circulación y consumo.

Las formas económicas del poder estructurado que nos interesa profundizar aquí son las que preponderan en las sociedades capitalistas. En primer lugar este poder se expresa, como ya se dijo, como poder productivo que se expande mediante la incorporación de progreso tecnológico originado en el desarrollo de la ciencia pragmática. En segundo lugar el poder económico se expresa a través de los mercados bajo la modalidad específica de poder adquisitivo general ejercido en los mercados a través del uso de dinero. El poder adquisitivo general es una medida económica de (y está alimentado por) todas las formas del poder societal y no sólo de las del poder económico. Por eso decimos que en términos del tema del valor económico que rige los mercados, las aquí denominadas teorías del “valor-poder” son multidimensionales y no se agotan en el campo específicamente económico. Esto es debido a que la mayoría de los bienes y servicios, privados y públicos que se distribuyen socialmente aunque técnicamente no sean mercancías usan el mecanismo del mercado o al menos son contabilizados con arreglo a valores de mercado que requieren ser expresados en unidades de poder adquisitivo.

Teoría económica: Los economistas neoclásicos originarios (con sus teorías utilitaristas-marginalistas del valor) consideraron tanto la influencia del Estado como las instituciones culturales, como aspectos ajenos a la economía positiva. Es decir consideraron dicha influencia como datos externos no claramente vinculados a la teoría económica pura, y aislaron explícitamente sus teorías a través del criterio metodológico céteris páribus. En particular, para los neoclásicos, la única ética que penetra en la teoría económica es la ética utilitarista a través de las nociones de utilidad marginal y de bienestar. Por otro lado también Marx (a través de su teoría ricardiana del valor formulada en términos abstractos en su obra El Capital) cerró el campo teórico a la influencia directa que los subsistemas cultural y político podrían ejercer sobre el sistema económico en general y sobre la operatoria de los mercados en particular. Los estructuralistas, en cambio, afirmando claramente una perspectiva multidimensional, a través de la noción de poder abren el juego a todas estas influencias causales que terminan afectando la operatoria de mercados y la formación de los precios.

Equilibrio estable: El tema del equilibrio estable de los mercados es fundamental en la formulación de las teorías unidimensionales del valor económico, porque los precios relativos que se toman en consideración son obviamente los de equilibrio, es decir aquellos que se mantendrán mientras no cambien algunas de las condiciones que afectan el comportamiento de los diferentes mercados. El punto a destacar aquí radica en examinar, si las condiciones políticas pueden afectar radical y definitivamente las condiciones del equilibrio estable de los mercados. Y tal cosa es obviamente cierta en varios mercados estratégicos. Cabe reiterar que las condiciones políticas aludidas son las referentes a reglas estables y legítimas que forman parte de las políticas públicas y que no solamente  integran el manejo de la política económica. Esta amplia consideración del poder político del Estado forma parte muy clara del enfoque teórico estructuralista latinoamericano.

Economía política: Los vínculos entre los sistemas políticos y el sistema de precios relativos, dependen de la capacidad del poder político para influir sobre un conjunto de mercados estratégicos que por el lado de la oferta o de la demanda de los bienes finales afectan casi todos los otros precios relativos. No estamos hablando aquí de una intervención directa en los mercados mediante la fijación de precios máximos o mínimos o mediante la fijación de cuotas. Tampoco de medidas proteccionistas orientadas al aislamiento de los mercados o de formas autoritarias de planificación centralizada, sino de la fijación de regulaciones generales de política pública que, por razones claramente extraeconómicas afectan la estructura de esos mercados. Para la economía política estructuralista el poder político del Estado y los aspectos éticos de la equidad están indisolublemente enraizados con su teoría de los precios y de los mercados.

Mercancías ficticias: Una de las modalidades a través de las cuales la totalidad de la estructura social afecta las valorizaciones del mercado han sido puestas de relieve por Karl Polanyi. De su libro La Gran Transformación  (1944) cabe rescatar aquí su noción de mercancías ficticias referida a la fuerza de trabajo, a los recursos naturales y al dinero. Ninguna de estas tres presuntas “mercancías” , denunciadas por Polanyi como ficticias, son producidas para venderse en el mercado, y las instituciones que las regulan son tres de las principales fuentes de poder que afectan el valor económico de todas las restantes mercancías genuinas.

Al respecto observa Polanyi:

“La historia social del siglo XIX fue así el resultado de un movimiento doble: la extensión de la organización del mercado en lo referente a las mercancías genuinas se vio acompañada por su restricción en lo referente a las mercancías ficticias. Mientras que los mercados se difundieron por toda la faz del globo y la cantidad de los bienes involucrados creció hasta alcanzar proporciones increíbles, una red de medidas y políticas se integraba en instituciones poderosas, destinadas a frenar la acción del mercado en relación con la mano de obra, la tierra y el dinero” (página 127).

Primero, el trabajo es la mercancía ficticia donde más claramente las condiciones políticas pueden afectar de manera significativa los precios relativos de todos los productos finales. Las modificaciones en los códigos laborales, de seguridad social, de previsión, etc. pueden cambiar de manera permanente el costo del trabajo de diferentes niveles de calificación. Otras políticas públicas, como por ejemplo la política migratoria también pueden afectar, y de hecho afectan la abundancia relativa de los trabajadores de diferente calificación en cada segmento diferenciable del mercado laboral. Por lo tanto, cuando las reformas regulatorias afectan el mercado de trabajo y cambian las condiciones preexistentes de oferta y demanda se producen cambios en las estructuras de costos de las empresas afectando los precios del producto social por el lado de la oferta. También las migraciones masivas producen cambios en la distribución del ingreso entre salarios y remuneraciones a la propiedad así como, entre los distintos segmentos del mercado de trabajo.

Segundo los recursos naturales son también una mercancía ficticia crucial, especialmente para la comprensión de la formación social y económica de las regiones periféricas en general y de América Latina en particular. La  distribución de la tierra y de los recursos naturales, así como la producción y exportación de productos primarios (intensivos en la utilización de recursos naturales) es definitoria en el posicionamiento periférico de América Latina. Pero más allá de estas circunstancias cruciales propias de la historia latinoamericana, también hoy en el siglo XXI las condiciones turbulentas de la biosfera (extinción de especies vegetales y animales, polución, contaminación y calentamiento global, etc.) acentúan el carácter de mercancías ficticias de los recursos naturales. Por ejemplo la necesidad de protección ambiental para evitar la extinción de determinadas especies vegetales o animales, o la preservación de la biodiversidad, pueden llevar a regulaciones que afecten la oferta de recursos naturales estratégicos. Recientemente la proliferación de catástrofes naturales tales como sequías, inundaciones, tifones, maremotos y terremotos, también han modificado las condiciones de largo plazo de muchos mercados de bienes y servicios finales, incluida desde luego la actividad turística. Otras consideraciones de índole política asociadas al control de las millas marinas en las costas de países con litoral marítimo, o a tratados internacionales también afectan desde la esfera política los mercados de los recursos naturales.

Tercero el dinero: Por último el mismo Polanyi ilustra elocuentemente el carácter de mercancía ficticia del dinero. Refiriéndose a los turbulentos años treinta pero interpretando hechos y perturbaciones aplicables al tiempo presente observa:

“La moneda se había convertido en el pivote de la política nacional. Bajo una economía monetaria moderna, nadie podía dejar de experimentar a diario la contracción o expansión de la vara financiera; las poblaciones se hicieron concientes de la moneda; el efecto de la inflación sobre el ingreso real era descontado por adelantado por las masas; hombres y mujeres de todas partes parecían considerar al dinero estable como la necesidad suprema de la sociedad humana. Pero tal conciencia era inseparable del reconocimiento de que los fundamentos de la moneda podrían depender de factores políticos ubicados fuera de las fronteras nacionales. Así pues, el bouleversement [cambio, perturbación, conmoción] que sacudió la confianza en la inestabilidad inherente destruyó también el ingenuo concepto de soberanía financiera en una economía interdependiente. En adelante, las crisis internas asociadas a la moneda tenderían a provocar graves controversias externas”. (Polanyi 1944, 71-72)

Frente a este tipo de eventos históricos que no cesan de acontecer, las teorías “puras” del valor económico de tipo unidimensional que cierran el campo al ámbito político a través de supuestos ceteris paribus o atendiendo a consideraciones “puramente económicas” no son suficientes para una adecuada comprensión del proceso de valorización que opera concretamente en los mercados.

Especialmente en esta era del capitalismo globalizado y de una manera más general, todo el sistema multidimensional (económico, político, cultural, ambiental, y de relaciones internacionales) sobre el cual reposa el funcionamiento de la estructura social, a medida que evoluciona, está permanentemente modificando la situación de los mercados, las expectativas de los negocios y las condiciones de la inversión productiva. Esta visión global o planetaria del capitalismo ha estado presente desde los orígenes del pensamiento estructuralista latinoamericano a través de su formulación del sistema centro-periferia de relaciones internacionales.

Dependencia: Si nos centramos en las economías periféricas, a través de la noción de dependencia entendida latamente de manera abstracta (y no necesariamente aceptable para algunas versiones de las teorías latinoamericanas de la dependencia), podemos ahora vincular el concepto de poder estructurado con el de necesidades humanas planteadas a escala individual, grupal o macro-social. Las necesidades humanas son el fundamento más permanente de la habitualidad de los comportamientos sociales; ellas generan una dependencia por parte de aquellos que las experimentan, respecto de los que están en capacidad de satisfacerlas. Esta argumentación es trasladable a escala macro-social tanto a nivel nacional como internacional: las necesidades de las naciones periféricas generan situaciones de dependencia respecto de las naciones que están en situación de satisfacerlas. Estas situaciones de dependencia en las relaciones centro-periferia, especialmente en la esfera económica, son, en algún grado recíprocas (afectan tanto a los centros como a las periferias) y están en la base de la existencia de los mercados, pero suelen ser asimétricas operando en beneficio de los centros. Esto legitima hasta cierto punto hablar del concepto más generalmente aceptado en el mundo académico occidental de interdependencias asimétricas (Gilpin 1987, 17).

Volviendo a la nociones más abstractas y generales utilizables en el interior de sociedades nacionales, la secuencia conceptual: i) personas necesitadas de satisfactores específicos; ii) personas que controlan la provisión de esos satisfactores; iii)dependencia de las primeras respecto de las segundas; iv)posición de poder de las segundas detentada respecto de las primeras, genera vínculos causales útiles para conferir una explicación a las formas de poder que los estructuralistas han enfatizado en varias de sus contribuciones intelectuales.  A través de su preocupación por el tema de los estilos de desarrollo, los economistas de CEPAL y los estructuralistas en particular se abocaron profundamente a la temática de las necesidades básicas como referente esencial para el estudio de los temas del valor económico y de las estructuras distributivas.

Un antecedente filosófico ilustre de este enlazamiento conceptual puede rastrearse en la idea aristotélica de que la interdependencia de las necesidades humanas es el vínculo esencial de la vida social y la base de todas las transacciones económicas, las que requieren del dinero como medida de los términos de intercambio. El dinero a su vez es concebido por Aristóteles directamente como un producto institucional derivado de la existencia de la sociedad política (polis o Estado). El enfoque de Aristóteles (1978) en materia de ciencia económica es así, claramente institucional. Esta última afirmación se refuerza si recordamos que para Aristóteles las virtudes son hábitos de comportamiento, y las necesidades humanas se presentan de manera cotidiana o periódica a través de las instituciones vigentes asociadas a su satisfacción.

Cada una de las dimensiones de las necesidades humanas supone comportamientos humanos específicos que dejan huellas físicas las que pueden ser estudiadas con los instrumentos y métodos de la ciencia. Las dimensiones (biológico-ambientales, económicas, políticas y culturales) de un sistema social, examinadas como subsistemas, son una abstracción humana de naturaleza teórica y derivan por un lado de un conocimiento introspectivo de lo que los humanos sabemos que son nuestras propias necesidades y, por otro lado de un conocimiento científico derivado del significado externo de los comportamientos e instrumentos que pueden ser estudiados en los aspectos que se consideren teóricamente pertinentes.

 

  1. El carácter determinista del pensamiento económico heredado

Se ha insistido con razón en el carácter determinista del pensamiento de Marx. En el prólogo de su obra El Capital, Marx afirma que los seres humanos son entendidos como personificación de categorías económicas (Véase página XV de los prólogos del tomo I de El Capital):

“Un par de palabras para evitar posibles equívocos. En esta obra las figuras del capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho menos, de color de rosa. Pero adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses de clase. Quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas.” (Marx 1968, p. xv).

También hay determinismo en las visiones neoclásicas originarias donde el “hombre económico” es una “máquina optimizadora” que obedece siempre y ciegamente a la racionalidad instrumental hasta lograr que los mercados de competencia perfecta alcances posiciones óptimas de equilibrio general estable.

Cabría preguntarse entonces qué dice Prebisch respecto de este tema:

“¿Hay determinismo en el sistema? Hemos discurrido acerca de las diversas formas de poder y de las relaciones entre ellas, y explicado también cómo el juego de esas relaciones conduce, con el andar del tiempo a la crisis de aquel”. Aquí Prebisch (1981) se refiere a la crisis del sistema social bajo la dinámica del capitalismo periférico que estudió en su último libro; y continúa:

“Pero nada hemos dicho hasta ahora de los actores del desarrollo salvo algunas consideraciones acerca de la movilidad social. Las diversas formas de poder se expresan a través de diferentes actores y entre ellos se destacan quienes tienen mayor capacidad y dinamismo en el desempeño de su papel, tanto para aprovechar las condiciones favorables al desarrollo -así en el campo interno como en el ámbito internacional- cuánto para tratar de sobreponerse y contrarrestar los cambios desfavorables de esas condiciones”.

“Trátase, en realidad, de una acción deliberada de los actores para responder a sus aspiraciones e intereses según sea la intensidad de su poder y sus aptitudes. De todos modos, esto se desenvuelve dentro del sistema y en correspondencia con las mutaciones estructurales que en él se operan”.

“En el curso del desarrollo de los centros han surgido ciertos principios, y sus correspondientes reglas de juego, que la periferia ha tratado de seguir para lograr el funcionamiento regular del sistema. Pero los mismos no son automáticos; la oportunidad y la manera de aplicarlos dependen de la aptitud y decisión de los actores. Y esto se refiere tanto a su funcionamiento regular, como a las reglas que deben seguirse cuando el sistema ha sido perturbado por las violaciones de aquellos principios”. (Prebisch 1981, 166).

Si se abandona la creencia determinista hacia el equilibrio estable que brota de la dinámica de los mercados (presente en las teorías “puras”  de Ricardo [precios naturales], de Marx [ley del valor] y de los neoclásicos [competencia perfecta]. Entonces adquiere especial relevancia e inteligibilidad la tendencia de largo plazo hacia la crisis planteada por Prebisch (1981). Pero esta conclusión no contiene la inexorabilidad de ningún determinismo, sino que induce a proponer  transformaciones profundas de carácter sistémico al capitalismo periférico, las que suponen una consideración explícita de las estructuras de poder.

  1. Las teorías del valor económico y el concepto de poder de mercado

Teorías Unidimensionales del valor económico: Ya se observó que existen dos grupos de teorías del valor económico que, explícita o implícitamente, han sido sostenidas por las principales corrientes de pensamiento económico. El primer grupo está compuesto por aquellas que utilizando un campo teórico cerrado, han definido teorías del valor económico que parten del concepto de equilibrio estable de los mercados. Sobre estas teorías de mercados competitivos se ha construido el andamiaje fundamental de la teoría económica académica ortodoxa o vigente (neoclásica) y de la teoría económica clásica en las versiones de Ricardo y Marx. El rasgo fundamental de estas teorías es que, en el plano operativo de los mercados, no existen asimetrías de poder y por lo tanto las mercancías se intercambian por su valor. Este valor puede estar referido a los contenidos en trabajo de las mercancías (visión ricardiana/marxiana) o a la utilidad y escasez (visión marginalista) de los bienes que se intercambian.

Es cierto que Marx, en su gran visión de la historia y en sus consideraciones de naturaleza política elaboradas en otros trabajos, introduce enfoques multidimensionales asociados a los temas del papel del Estado,  de la explotación y de la lucha de clases. Pero en lo referente a su teoría económica propiamente dicha en su formulación más abstracta y general (tomo primero de El Capital) Marx presenta también una teoría unidimensional del valor económico, entendido éste como el tiempo de trabajo abstracto social medio contenido en cada mercancía. De acuerdo con su, así denominada, “ley del valor” en el ámbito de los mercados no existen asimetrías de poder y todos los productos se intercambian estrictamente por su valor. El derrumbe del capitalismo será, para este autor, una respuesta al desarrollo de las fuerzas productivas, a su impacto sobre las relaciones de producción, y a la dinámica de la lucha de clases. En el intertanto, sin embargo acepta la “ley del valor” como principio rector de las relaciones de intercambio en el mercado.

Posteriormente la teoría económica académica tanto en la tradición neoclásica como en la marxista incorporó las situaciones de competencia “imperfecta” (monopolio, oligopolio, etc.). Si bien debe reconocerse que ese fue un paso decisivo en favor del realismo de esas teorías, la argumentación siguió siendo economicista en el sentido de que sólo se refirió al poder económico pero no lo vinculó al rol del Estado y del poder político, especialmente en lo que se relaciona con las mercancías ficticias que hemos considerado más arriba.

Las limitaciones del equilibrio general estable: Veamos someramente las justificaciones teóricas del equilibrio general estable. En la historia del pensamiento económico, como ya hemos señalado, las dos teorías del valor sobre las cuales se sustentó con toda claridad este concepto son, de un lado la ricardiana-marxiana según la cual el valor de una mercancía corresponde a su contenido en trabajo y, de otro lado, la marginalista neoclásica en su versión walrasiana, según la cual bajo condiciones de competencia perfecta los precios de los factores productivos corresponden a sus productividades marginales y, adicionalmente,  en la esfera del consumo las preferencias marginales entre dos bienes se consideran proporcionales a sus tasas posibles de sustitución en el consumo. En ambos casos se supone la existencia de formas de justicia conmutativa que, de diferentes maneras, aseguran la igualdad de las contraprestaciones. En este segundo caso la igualdad de las contraprestaciones se verifica para la unidad marginal transada existiendo, en términos de “bienestar” para el resto de las unidades, la noción teórica de excedente del productor y del consumidor.

En el marco de estas teorías del valor, la primera de las versiones mencionadas (especialmente la de Marx) es holista porque los valores económicos de mercado dependen unilateralmente de las condiciones tecnológicas de la producción que determinan transversalmente la cantidad de trabajo social contenida en las mercancías. La segunda versión es individualista porque los precios miden la utilidad y la escasez de los bienes que se tranzan a partir de la opinión de los consumidores individuales que ejercen “soberanía”  determinando sus escalas o mapas de preferencias.

La visión neoliberal del tema: La corriente neoliberal contemporánea, por ejemplo en las visiones de Hayek y Nozik ha terminado por abandonar el enfoque marginalista neoclásico de la utilidad y del bienestar para volver a la voluntad de los contratantes. Así, un precio correspondiente a cualquier transacción de mercado sería un precio justo (justicia conmutativa) si expresa la “voluntad libre” de los participantes en la transacción. Es la voluntad de los propietarios la que determina las condiciones de la oferta, y es la voluntad de los demandantes solventes (propietarios de poder adquisitivo) la que determina las condiciones de la demanda. Pero recordando que el poder se define precisamente como la probabilidad de imponer la propia voluntad a terceros, los neoliberales se “sinceran” desnudando en última instancia la cruda realidad del poder estructurado. Bajo estas premisas el tema de las asimetrías o desigualdades de poder, es decir de las condiciones de injusticia distributiva o de inequidad quedan fuera del análisis porque cuando una transacción está consumada ha expresado la “voluntad soberana” de los contratantes.

Por eso, en el lenguaje de la teoría de los juegos, (visión originalmente desarrollada por la vertiente conservadora de la nueva economía institucional), los “jugadores” intentan imponer su voluntad y alcanzar un cierto puntaje que los favorezca en el juego, pero si no lo logran, manifiestan su “voluntad” de aceptar el resultado. Esta visión, aplicada a los mercados acepta la existencia de oligopolio,  por lo que las condiciones de equilibrio estable (equilibrio de Nash) suponen que no existe competencia perfecta y cada jugador “grande” (major player) toma en cuenta el comportamiento de los otros “grandes” para definir su propia situación de equilibrio. Resulta cada vez más claro que “poder” es el nombre real del juego…

Transacción: El concepto de transacción, común a todas las vertientes de la economía institucional pero poco frecuentado por la corriente estructuralista latinoamericana es esencialmente micro económico. La transacción es, en esencia, una relación social de mercado, y expresa una confrontación de voluntades. Esa confrontación genera interdependencias asimétricas en el sentido ya explicado más arriba, y configura una situación de poder, en que se miden las probabilidades recíprocas de imponer la voluntad de las respectivas partes contratantes. Esa medida termina expresándose en precios, cantidades y condiciones de la operación de que se trate. Todo este proceso es, esencialmente micro económico, y, entre los padres fundadores del institucionalismo estadounidense, fue especialmente estudiado por John Commons (1995).

El concepto “micro” de transacción de mercado alcanza un sentido muy relevante en sociedades precapitalistas, como un bazar árabe en donde el regateo forma parte esencial de sus reglas de juego. A medida que el capitalismo se ha ido consolidando, cada vez más asistimos a transacciones que no admiten regateo porque están altamente reguladas hasta en sus menores detalles, por ejemplo en las operaciones bursátiles, en los contratos de adhesión, etc. Por lo tanto lo esencial de las transacciones depende cada vez más de las reglas técnicas e institucionales que las regulan. Esto consolida las formas del poder estructurado.

De otro lado los padres fundadores del estructuralismo latinoamericano no hicieron un gran uso teórico del concepto de transacción entre otras cosas porque su preocupación central era el desarrollo económico (ganancias de productividad, excedente por trabajador, acumulación de dicho excedente, etc.). En esta visión macroeconómica, el concepto de transacción está implícito en la operatoria de los mercados, sin embargo, existe una teoría macroeconómica de los precios, estructuralmente fundada, de genuina raíz estructuralista latinoamericana, vinculada al poder negociador de los trabajadores latinoamericanos.

  1. La visión estructuralista respecto del poder de mercado y la teoría keynesiana

Riqueza y capital: El poder económico es un poder estructurado que, en última instancia, adquiere el trabajo de otros, sea en forma potencial, en forma de servicios, o cristalizado en productos. Esta noción fue originalmente formulada por Adam Smith, y expresada con extrema claridad en La Riqueza de las Naciones. El capital en las interpretaciones de Marx incorporadas en su obra principal  es también y ante todo un fruto del poder estructurado bajo las reglas de juego del capitalismo, pero para este autor ese poder sólo se manifiesta en la esfera de la producción (relaciones de producción) pero no operaría en la esfera de los mercados donde rige la ley del valor (Di Filippo 2012).

Demanda efectiva: Adam Smith introdujo el concepto de demanda efectiva entendida como el uso del poder adquisitivo necesario y suficiente para colocar en el mercado una mercancía cualquiera.

En la esfera macroeconómica, la idea de demanda efectiva, también recogida por Malthus, adquiere su máxima vigencia en Keynes, quien ataca los dos pilares en que se fundaba la escuela neoclásica: pleno empleo y equilibrio bajo condiciones de competencia perfecta. Keynes lo hizo, en un diagnóstico aplicable a las economías desarrolladas poniendo de relieve, primero, que puede haber un desequilibrio económicamente ineficiente y socialmente injusto (desocupación), el que, sin embargo sea estable en el mercado de trabajo. Será desequilibrio porque no todos los que quieren (expresan su voluntad de) trabajar a un dado salario encontrarán empleo. Este desequilibrio puede ser estable si hay deficiencias permanentes en la demanda agregada y mantenerse sin alcanzar la posición de pleno empleo prometida por la ley de Say. Segundo el mercado de trabajo, en las economías de las sociedades desarrolladas que Keynes estudió, operaba bajo condiciones institucionales (por ejemplo vigencia del poder sindical) que modelaban una curva especial de oferta de trabajadores.

La perspectiva macroeconómica de Keynes, es fundamental para entender los planteamientos de la economía política estructuralista latinoamericana. Una diferencia fundamental entre la visión institucional estadounidense y la visión estructural latinoamericana, es que ésta se aboca centralmente a la teoría del desarrollo desde una perspectiva periférica, la que requiere de una visión macroeconómica. Es cierto que la temática del desarrollo económico puede plantearse también a nivel micro económico e incluso, recientemente, en lo que ha dado en llamarse nivel “mesoeconómico” donde opera el poder económico de las corporaciones transnacionales. Sin embargo en materia de desigualdades distributivas, la temática de la equidad, que es medular en el enfoque estructuralista, requiere de las mediciones macroeconómicas para la formulación de políticas públicas referidas al consumo, la producción, la riqueza, etc. Por lo tanto, a diferencia del enfoque institucional estadounidense cuyos padres fundadores son anteriores a Keynes, los principales estructuralistas latinoamericanos no podían prescindir del marco teórico keynesiano. Piénsese por ejemplo en los trabajos de Prebisch (1963), Noyola, Sunkel y Anibal Pinto, sobre las causas estructurales de la inflación latino-americana. Recuérdese también el libro de Prebisch (1947) sobre la economía keynesiana.

  1. La tesis del deterioro de los términos de intercambio

Las reglas formales e informales que regulan la organización del poder sindical de los trabajadores, son datos fundamentales en la tesis del deterioro de los términos de intercambio elaborada por Prebisch.

La noción de transacción depende de las reglas tecnológicas e institucionales imperantes en cada sociedad humana, precisamente porque la imposición de la voluntad, es decir el ejercicio del poder está estructuralmente condicionado. Y el grado de estructuración se ha ido profundizando en directa relación a la consolidación y desarrollo de los sistemas económicos capitalistas. Al afectar transversalmente a todas las transacciones del mismo tipo, las estructuras condicionan las magnitudes macroeconómicas. De allí entonces el papel crucial que cumple en esta interpretación el concepto de poder estructurado.

Esas reglas vigentes que denominamos estructuras no son sólo económicas, sino que también derivan de los otros subsistemas componentes de ese “sistema de sistemas” que hemos definido como sociedad humana. El rasgo de toda transacción es que atañe a un acuerdo de voluntades, pero de voluntades enmarcadas en las reglas tecnológicas e institucionales vigentes. Tal acontece por ejemplo con un sistema institucional que no reconoce los derechos laborales, donde los trabajadores traten de ejercer un poder fáctico no estructurado, por ejemplo iniciando una huelga no autorizada, pero si están al margen de las instituciones laborales, sus voluntades solo expresan una forma no estructurada de poder y seguramente serán reprimidas.

Aquí por ejemplo se abre el campo para agudos conflictos sociales cuando ciertas acciones, como la huelga, están interiorizadas en las expectativas de los trabajadores, pero las instituciones formales han dejado de respaldarlas, por ejemplo con la sanción de nuevas leyes laborales más represivas.

En resumen el concepto de transacción es eminentemente microeconómico y en él se expresa la confrontación de voluntades en el seno de una relación de mercado. Hay en ella un ámbito de libertad contractual donde las transacciones pueden ser vistas como las jugadas o movidas de un juego cuyas reglas están establecidas. Este es el ámbito donde principalmente prevalecen las categorías económicas de la microeconomía neo-institucional conservadora.

De otro lado la noción de norma o de regulación general es más bien macroeconómica, expresa las reglas técnicas y sociales que subyacen a las jugadas que se expresan en cada transacción. Este es el ámbito donde prevalecen las categorías económicas, políticas y culturales, que son el fundamento último de la teoría de los precios propia de la macroeconomía estructuralista latinoamericana.

Keynes influyó fuertemente en las ideas de Raúl Prebisch, respecto del sistema centro-periferia. En rigor el tema del deterioro de los términos del intercambio es una explicación macroeconómica que se apoya fuertemente en el concepto de demanda efectiva y en las reglas tecnológicas e institucionales que regulaban el comercio de productos primarios frente al comercio de manufacturas.

La primera parte de la explicación del deterioro de los términos de intercambio,  especialmente influida por la visión keynesiana, está referida a la demanda externa de productos primarios ofertados por América Latina que tendía a ralentizarse y la demanda periférica de manufacturas ofertadas por los países centrales que tendía a acelerarse.

Respecto de la demanda céntrica de productos primarios influían dos factores en su ralentización, primero debido a las reglas tecnológicas de la producción manufacturera de los centros, tendía a generarse una reducción del componente primario en el valor final de las manufacturas a medida que el progreso técnico (miniaturización, productos sintéticos, reciclaje, etc.) se iba introduciendo en los métodos productivos. Segundo, las reglas técnicas e institucionales del consumo se expresaban en las así denominadas, leyes de Engel (estadístico alemán) sobre el comportamiento de las canastas familiares, de manera que a medida que aumentaba el ingreso medio se reducía el componente de gasto en alimentos y productos menos elaborados en el gasto total de los consumidores (Prebisch 1950).

Respecto de las asimetrías entre el costo de la oferta internacional de productos primarios periféricos vis á vis el costo respectivo de la oferta internacional de manufacturas céntricas, los argumentos inconfundiblemente estructuralistas de esta explicación incluían el bajo poder sindical en las transacciones salariales por parte de los trabajadores de la periferia en las actividades primarias de exportación ante ganancias de productividad derivadas de la introducción de progreso técnico. Este bajo poder sindical expresaba una desfavorecida posición de éstos en la estructura institucional reguladora de las relaciones laborales, asociada, entre otros factores, a la desigualdad social rural en América Latina.

  1. La Heterogeneidad Estructural y las diferentes formas de poder:

La desigualdad social rural, que explicaba el escaso poder negociador de los trabajadores latinoamericanos, fue el punto de partida que abrió el juego a otros científicos sociales para poner de relieve los graves problemas de heterogeneidad estructural, de colonialismo interno, etc., derivados de la herencia colonial latinoamericana y de su aprovechamiento pragmático por las oligarquías prevalecientes en áreas rurales, especialmente durante el período 1950-1980.

La noción de heterogeneidad estructural, típica del estructuralismo latinoamericano, pretende expresar esa cristalización histórica de desigualdades sociales agregadas a lo largo del tiempo, que a escala macroeconómica pueden ser juzgadas a la luz de diferentes principios de justicia distributiva. Por lo tanto la teoría del valor económico estructuralista, que explica la tendencia de los precios de mercado (incluidos los términos internacionales de intercambio), no sólo alude a las interdependencias asimétricas de las transacciones micro económicas, sino también a las inequidades e injusticias distributivas medidas  por las estructuras transversales que regulan las corrientes macroeconómicas.

Desde luego la noción de heterogeneidad estructural entendida desde una perspectiva histórico-estructural, y asociada a la idea de la asincronía en el cambio histórico (Gino Germani), adquirió riqueza y variedad en las contribuciones de sociólogos que también implicaron de manera explícita o implícita los temas de las asimetrías de poder estructurado. (Medina Echavarría, Graciarena, Gurrieri, Stavenhagen, González Casanova, etc.).

Los diagnósticos de naturaleza política y cultural de todos estos autores latinoamericanos,  otorgaban sustento social e histórico a la explicación provista por la teoría del deterioro de los términos del intercambio elaborada por Prebisch, al estudiar las causas profundas del precario poder de organización y de negociación de los trabajadores incorporados a las actividades exportadoras. La contrapartida internacional de esta situación se verificaba en los trabajadores de las sociedades centrales altamente industrializadas que elaboraban las manufacturas exportadas a las periferias quienes lograban apropiar una parte sustancial de los frutos del progreso técnico que se iba incorporando, dando lugar por el lado de los costos de fabricación a una apropiación cerrada de las ganancias de productividad, traducida en aumento de salarios reales y mantenimiento de los precio internacionales de los productos exportados.

Esto significaba que en los mercados de trabajo, las transacciones a través de las cuales se determinaba el salario real de los trabajadores céntricos y de los trabajadores periféricos, reflejaban el mayor poder sindical de los primeros para apropiar cerradamente sus ganancias de productividad.

Nótese entonces que el razonamiento de Prebisch en su visión centro-periferia es sistémico y multidimensional en el sentido ya explicado al comienzo de este ensayo. El sistema centro periferia está compuesto por Estados nacionales o supranacionales (como lo es hoy la Unión Europea) vinculados por nexos tecnológicos e institucionales, de naturaleza asimétrica, dando lugar a injusticias distributivas, basadas en diferentes posiciones en las estructuras que otorgan poder a escala internacional. Las estructuras involucradas incluyen no sólo las que regulan las relaciones económicas internacionales sino también las internas de las sociedades nacionales de cada Estado. Por ejemplo las relaciones sindicales de los países desarrollados contribuyen a la explicación del deterioro de los términos de intercambio. Ellas incluyen considerar el poder negociador de los trabajadores, y verificar la existencia de un pacto social entre los actores principales de las sociedades desarrolladas (empresarios, trabajadores, y gobierno). La, así denominada, escuela regulacionista francesa que también puede incluirse dentro de la familia de las visiones institucionalistas, denominó “fordismo” a los complejos institucionales sobre los que se fundó dicho pacto.

 

  1. El concepto de excedente y las asimetrías de poder en las ideas de Prebisch y Furtado

Al final de su vida Prebisch, de manera explícita, en su último libro profundizó una convicción que lo había  acompañado durante toda su trayectoria intelectual: que una teoría del desarrollo y del subdesarrollo no se podía construir sobre bases puramente económicas, sino que debía necesariamente incluir otras variables, expresables a través de la estructura de poder. Y así definió, además del poder económico y del poder político del estado, otras dimensiones del poder (sindical, y social) que también operan en la determinación de los precios y afectan la distribución del ingreso real. Toda esta argumentación de Prebisch, en su dimensión específicamente económica se desarrolló en términos macroeconómicos, incluyendo el mecanismo dinámico de apropiación de lo que él llamó el excedente. Este mecanismo específico es una noción compleja y debatible que por razones de espacio no se puede desarrollar aquí.

Al igual que Raúl Prebisch, dentro de la corriente estructuralista latinoamericana también Celso Furtado desarrolló explicaciones del proceso económico que implicaron el rescate de las asimetrías de poder a partir de las cuales se evidenciaban situaciones específicas de (in)justicia distributiva. El punto aquí no radica en las posiciones éticas de estos autores respecto de las desigualdades sociales, sino en las interpretaciones científicas que, desde una perspectiva macroeconómica, terminan explicando el proceso de desarrollo como teñido por desigualdades sociales que en última instancia dependen de toda la estructura de las sociedades que se desarrollan. Hay “algunos botones de muestra” en un libro de Furtado donde esta lectura del proceso de desarrollo económico, de su marco sistémico, y de su carácter multidimensional quedan resumidamente en evidencia:

“Los puntos estratégicos de ese proceso [el proceso económico] son la posibilidad de   incrementar la productividad y la apropiación por grupos minoritarios del fruto de ese incremento. Estos dos factores son los que en última instancia, posibilitan el crecimiento. En verdad si los recursos incorporados al proceso productivo no causasen aumento real de productividad, la acumulación no determinaría ningún crecimiento, limitándose a transferir en el tiempo el acto de consumo. Por otro lado, si el fruto ocasional o permanente de productividad fuese distribuido en el conjunto de la población, el resultado sería apenas una elevación ocasional o permanente del nivel de consumo pasando la economía de una posición estacionaria a otra, sin que se originase un proceso de crecimiento”.

(…) “En una economía que haya alcanzado cierto grado de desenvolvimiento, la producción presenta una estructura tal que la acumulación se torna un proceso casi automático. De partida, para que el aparato productivo funcione normalmente es indispensable que también la demanda presente cierta composición. Ahora la composición de la demanda está determinada por la distribución del ingreso, esto es, por la forma como los distintos grupos se apropian del producto. Cabe, por lo tanto concluir que la estructura de la producción, la parte de la producción que se destina a acumulación y a distribución de la renta tienen todas las mismas causas fundamentales. Estas dependen del sistema institucional que se articula en torno del proceso de apropiación del excedente” (Furtado, 1961, páginas 120 y 121. El énfasis corresponde a esta cita).

Las reflexiones de Furtado, igual que las de Prebisch, distinguen de manera sistémica por un lado entre actores sociales relevantes vinculados por lazos de poder que conforman las estructuras de producción, distribución y consumo propias del subsistema económico. Pero, para ambos autores, dichas estructuras dependen del sistema institucional que se articula en torno del proceso de apropiación del excedente.

El concepto de excedente en Furtado es muy sencillo e intuitivo, se refiere a aquel producto social remanente por encima de las necesidades de supervivencia de la población que se desempeña en actividades manuales no calificadas. Esto supone que Furtado define su concepto de excedente partiendo del concepto de necesidades de subsistencia. Esta idea fue formalizada con algún detalle en su Prefacio a Nova Economía Política.  Este punto también justifica los vínculos conceptuales abstractos que hemos establecido entre los conceptos de necesidad, de dependencia y de poder. Esos vínculos son precisamente a los que se refiere Furtado cuando destaca el sistema institucional que se articula en torno del proceso de apropiación del excedente.

Pero, como el propio Furtado lo hizo notar reiteradamente, uno de los problemas epistemológicos esenciales que afronta la ciencia social es el nivel de abstracción al que se plantean los temas. Al más alto nivel de abstracción nos enfrentamos con la naturaleza o condición humana que es transhistórica. Si no fuera transhistórica, es decir si no atravesara todas las civilizaciones pasadas presentes y futuras la historia carecería de un hilo conductor porque habría perdido su sentido humano. Aquel sentido que hoy nos permite leer, entender y aprender de Aristóteles, o de Platón interpretaciones sobre las sociedades antiguas en una comunicación interhumana que atraviesa milenios.

Lo mismo acontece con las necesidades humanas esenciales, las que son universales mientras la condición humana exista como tal, pero la forma como esas necesidades se satisfacen o los mecanismos a través de las cuales son instrumentadas para crear estructuras de poder, depende de condiciones tecnológicas e institucionales específicas que no se le escapan a Furtado. Lo mismo puede afirmarse en un corte transversal de las sociedades humanas contemporáneas, cada vez más globalizadas.

Respecto del actual proceso de globalización afirma Furtado:

“La situación se hace más compleja cuando la producción se estructura de manera transnacional, el valor de la mano de obra siendo un fenómeno social, se define dentro de cada sociedad, o con mayor precisión dentro del ámbito de los sistemas económicos nacionales. Cierto es que el trabajo puede ser considerado en términos abstractos, independientemente del contexto en el que se realiza, medido en unidades físicas, pero esta es una noción de alcance reducido, si lo que queremos es comprender las relaciones sociales que componen el proceso de producción. Si comparamos sistemas económicos contemporáneos observamos que el valor de la mano de obra – o sea el poder de compra del salario medido en términos de un conjunto de bienes que satisfacen las necesidades básicas de la población-  varía en función de la estructura interna de dominación (la forma en que el excedente social se apropia y utiliza) y del nivel de acumulación, el cual condiciona la productividad física del trabajo. Si nos limitamos a observar sociedades capitalistas con una organización interna similar, el segundo factor pasa a ser determinante”. (Furtado 1978, 29-30).

De nuevo en el párrafo anterior queda claro que, en sus razonamientos económicos asociados al concepto de excedente, Furtado parte del concepto de necesidades humanas, las que para sociedades histórico-concretas son necesidades existenciales específicas que implican diferentes conjuntos de bienes capaces de satisfacer el mismo tipo de necesidades básicas (nutrición, educación, salud, vivienda, etc.). Nótese que para acceder a los satisfactores específicos los trabajadores deben acceder a cuotas de poder adquisitivo que dependen de su salario.

En el caso de Prebisch el concepto de excedente que él privilegia es más dinámico y se asocia a las ganancias de productividad que brotan de la introducción de progreso técnico. Pero también en este caso queda claro que el excedente, es el fruto de relaciones institucionales que expresan poder estructurado en el seno de cada sociedad. Además también para Prebisch la dinámica de generación y apropiación del excedente sólo se hace inteligible a partir de los conceptos vinculados de poder adquisitivo y de demanda efectiva.

El razonamiento de los estructuralistas es, por razones ya apuntadas, fundamentalmente macroeconómico, y se funda en una visión sistémica apoyada por un lado en las reglas técnicas e institucionales que permiten generar y apropiar las ganancias de productividad medidas por la diferencia entre el  valor agregado por la fuerza de trabajo de menor calificación, y la parte del producto social que ésta logra capturar, y por otro lado en la existencia de actores sociales capaces de ejercitar su posición privilegiada en dichas estructuras para llevar adelante el proceso de desarrollo.

El concepto de excedente que fue utilizado de diferentes maneras por la antropología social, y por los economistas clásicos, es, como sabemos, un punto central en la teoría de la explotación capitalista que Carlos Marx profundizó. Sin embargo, al adoptar la teoría del valor trabajo originalmente formulada por David Ricardo, Marx cerró su campo teórico, y en El Capital formuló una teoría totalmente abstracta de los mecanismos de poder que dinamizan el proceso capitalista. Así más allá de la validez ética de los razonamientos de Marx, desde el punto de vista epistemológico que nos interesa enfatizar aquí, el hecho concreto es que Marx, como economista, eliminó de su campo teórico central cualquier asimetría de poder, diferente a la del proceso de explotación laboral, que pudiera operar en el interior de los mercados capitalistas a través de las transacciones de mercado. Esa es precisamente la misión de su teoría del valor (Di Filippo 1981).

Las teorías del valor trabajo y de los precios en las versiones de Ricardo y Marx, no permiten entender las condiciones específicas de heterogeneidad estructural imperantes en América Latina; más precisamente, no son adecuadas para el estudio de la formación de los precios en el interior de las economías periféricas. En particular partiendo de la teoría del valor de Marx no hay manera de vincular la noción de heterogeneidad estructural con el proceso de formación de los precios en las economías periféricas.

  1. Penetración estructuralista al “blindaje” de las teorías económicas unidimensionales

Lo que caracteriza visiblemente a las teorías heterodoxas del valor que, en este ensayo, sugerimos denominar con el apelativo de teorías del valor-poder es que en los mercados prevalecen asimetrías de poder derivadas  tanto de la propia estructura de los mercados (oligopolio, monopolio) como derivadas del marco institucional global articulado en torno a la captación y utilización del excedente social.

Dentro de esta visión heterodoxa propia de las teorías del valor- poder, destaca la escuela institucional o institucionalista cuyos padres fundadores fueron Thorstein Veblen y John Commons. Ambos estudiaron las relaciones de poder institucionalizado que se establecen en las sociedades capitalistas. Lo hicieron preferentemente desde una perspectiva micro-social o micro-económica. El primero escribió, además de su célebre Teoría de la Clase Ociosa, un examen crítico del capitalismo industrial denominado en Inglés The Theory of Business Enterprise, en donde las asimetrías de poder, cuya raíz cultural profundizó extraordinariamente, se traducen en las estructuras monopólicas de los mercados, ejemplificadas claramente con las condiciones imperantes en los Estados Unidos a comienzos del Siglo XX.

Por su parte John Commons escribió, entre otras obras su Legal Foundations of Capitalism [1924], que son una expresión de la idea de transacciones sujetas a un poder institucionalizado tal como la hemos sugerido en estas líneas. La obra en cuestión estudia la influencia de los dictámenes judiciales en la evolución del concepto de propiedad dentro del capitalismo americano.

Así el concepto de asimetrías de poder inherentes a la estructura misma de los mercados fue abordado por estos economistas y su escuela, consolidando la idea evidente de que el capitalismo del siglo XX, y por lo visto aún más en el siglo XXI, es un capitalismo oligopólico.

El estudio de los temas micro-económicos, por ejemplo los relativos a la lógica interna que determina las transacciones de mercado, fue escasamente abordado por Prebisch, pero en el caso de Furtado encontramos párrafos de gran fuerza y transparencia conceptual, referidos a la lógica micro-económica en la determinación de los precios:

“Las transacciones de mercado son, por regla general, transacciones entre agentes de poder desigual. En efecto, la razón de ser del comercio –expresión de un sistema de división del trabajo- reside en la creación de un excedente, cuya apropiación no se funda en ninguna ley natural. Las formas “imperfectas” del mercado a las que se refiere el economista no son otra cosa más que un eufemismo para describir el resultado ex post de la imposición de la voluntad de determinados agentes sobre esta apropiación. Puesto que todos los mercados son de alguna manera “imperfectos”, las actividades de intercambio engendran necesariamente un proceso de concentración de riqueza y poder. De ahí la tendencia estructural, observada desde los inicios del capitalismo industrial, hacia la formación de grandes empresas. Muchos observadores inferirán erróneamente de esta observación que las pequeñas empresas tienden a desaparecer, pero la experiencia demuestra que son insustituibles en el ejercicio de importantes funciones: sin las pequeñas empresas el sistema capitalista perdería considerablemente, no sólo flexibilidad, sino también inventiva e iniciativa”. (Furtado 1978, p.17)

En este párrafo de Furtado, hago abstracción de su interesante acotación respecto de las PYME para poner de relieve la nítida y sencilla formulación de una visión respecto de las transacciones de mercado fundadas en relaciones asimétricas de poder, de la que resulta, una concepción del valor-poder que lo ubica en el grupo heterodoxo distinguido en este examen y lo acerca a las argumentaciones de la corriente institucionalista norteamericana.

La retroacción o fecundación recíproca entre las corrientes estructuralista e institucionalista anglosajona también se observa en otros argumentos de Furtado donde, aún sin mención explícita de este autor, se nota la influencia de J. K. Galbraith y de sus estudios sobre El Nuevo Estado Industrial (1969) y El Capitalismo Americano (1952). Por ejemplo observa Furtado:

“La transición del llamado sistema de mercado hacia el capitalismo organizado contemporáneo había de tener necesariamente repercusiones en los centros coordinadores de las actividades económicas y en la configuración general de las estructuras de poder. Prácticamente en todos los sectores de actividad existen empresas o grupos razonablemente estructurados de empresas cuyo comportamiento pesa globalmente sobre el sistema. Lo mismo puede decirse con respecto a las organizaciones sindicales. De esta manera, el contenido político de las decisiones económicas, que permanecía encubierto en los mercados atomizados, se hace claro, al igual que las implicaciones sociales de la orientación que adoptan los centros coordinadores. En el capitalismo organizado ya no tiene sentido la ideología según la cual la actividad de los centros coordinadores debe ser una prolongación de la “mano invisible” de los mercados atomizados. El poder político –concebido como capaz de modificar el comportamiento de amplios grupos sociales- se configura como una estructura compleja en la cual las instituciones que componen el estado interactúan con los grupos que dominan el proceso de acumulación y con las organizaciones sociales que pueden interferir de manera significativa en la distribución del ingreso. En la medida en que amplía y diversifica su esfera de acción, el estado contribuye a aumentar la complejidad del sistema de relaciones sociales sobre el cual actúa, puesto que él mismo da origen a estratos sociales con intereses propios”. (Furtado 1978, 20).

  1. Conclusiones

El concepto de poder estructurado propuesto en este ensayo, permite combinar el papel de las voluntades individuales como agentes del cambio social con el de las estructuras (reglas técnicas y sociales) que encauzan, incentivan y limitan la expresión concreta de esas voluntades.

El enfoque estructuralista latinoamericano es sistémico y fundado en una concepción de la historia, que no es ni determinista ni voluntarista. La historia se concibe como un proceso abierto e impredecible,  en primer lugar afectado no sólo por estructuras tecnológicas y económicas, sino también por los restantes marcos institucionales de la sociedad y, en segundo lugar dinamizado por la praxis de los actores encuadrados en dichas estructuras.

La posibilidad científica de verificar empíricamente los procesos examinados por los estructuralistas encuentra en los precios de mercado (especialmente en los “precios clave” como los del dinero, del trabajo, de los recursos naturales y de la energía, etc.) la materia cuantitativa requerida, a través de la manera como esos precios reflejan las asimetrías de poder de todo el sistema social y no sólo las del sistema económico.

Cuando el estructuralismo latinoamericano abre de este modo el juego del mercado, entonces la ética utilitarista que hoy predomina en el mundo bajo las formas de la sociedad privilegiada de consumo (Prebisch), pierde la fuerza que tiene en las caricaturas del “hombre económico”, y cede el paso a una consideraciones de filosofía política y moral.

El tipo de justicia que impera en los mercados concebidos bajo condiciones estáticas de equilibrio general estable, es la justicia conmutativa, según la cual se obtiene un precio que, en su justificación teórica implica contraprestaciones equivalentes pero, en su justificación práctica que incluye posiciones de poder, significa que las voluntades de las partes han llegado a un punto de aceptación (de buena o mala gana) de los términos de la transacción. La justicia conmutativa adquiría significación en sociedades precapitalistas estáticas como las del mundo antiguo y medieval no sujetas a procesos de desarrollo  económico. Allí operaba un “juego de suma cero” en donde las ganancias de unos sólo podían provenir de las pérdidas de otros, pero el capitalismo es un juego de suma positiva y su continuo proceso de crecimiento plantea el problema de la apropiación y uso social del excedente incremental (Prebisch 1981).

Al abrir el campo a las consideraciones éticas emerge la noción de justicia distributiva que es esencial para juzgar la racionalidad del comportamiento político y de las funciones de los Estados en el manejo de la política económica.

En la visión de Prebisch la lectura ética subyacente al mensaje estructuralista es esencial y vale la pena terminar este ensayo con uno de los múltiples párrafos en que plantea ese mensaje. Respecto de la pregunta ¿a quién pertenece el excedente? Responde Prebisch:

“No hay solución científica. La solución es fundamentalmente ética: acumular el excedente para brindar a todos  las ventajas del desarrollo. Corresponde a toda la colectividad y tiene que emplearse en su beneficio para corregir las disparidades estructurales en la distribución del fruto de las innovaciones tecnológicas, ya se trate de las que provienen del poder económico o del poder social”. (Prebisch 1981, 334).

 

Bibliografía:

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Weber Max (1973), Ensayos sobre Metodología Sociológica, Amorrortu

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By | noviembre 10th, 2018|Sin categoría|Sin comentarios

PODER CAPITALISMO Y DEMOCRACIA

ÍNDICE Y PREFACIO DEL LIBRO PUBLICADO POR RIL EDITORES (2013)
Índice
Prefacio……………………………………………………………………….11
Índice de siglas ……………………………………………………………23
Agradecimientos…………………………………………………………..25
Parte I
Capitalismo
1. El capitalismo: sus rasgos definitorios…………………………….27
2. Capitalismo y sistemas políticos: un bosquejo histórico…….47

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EL ESTRUCTURALISMO HISTÓRICO LATINOAMERICANO EN EL SIGLO XXI

EL ESTRUCTURALISMO HISTÓRICO LATINOAMERICANO EN EL SIGLO XXI

 Armando Di Filippo

 (Trabajo a ser publicado en la Revista “SaberEs” (www.saberes.fcecon.unr.edu.ar/).

 Publicación de la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística. Universidad Nacional de Rosario.

 

El presente ensayo intenta sintetizar los rasgos principales que caracterizan a esa corriente de pensamiento que denominamos Estructuralismo Latino americano (más…)

By | noviembre 18th, 2017|Sin categoría|Sin comentarios

EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO: VALIDEZ Y VIGENCIA EN EL SIGLO XXI

EL ESTRUCTURALISMO LATINOAMERICANO VALIDEZ Y VIGENCIA EN EL SIGLO XXI

Armando Di Filippo

 

Conferencia dictada sucesivamente en las Facultades de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y de Ciencias Económicas de la Universidad deRosario, en noviembre del 2016. Publicada en la Revista Entrelíneas de la Política Económica, Año 10, número 48; Universidad Nacional de La Plata, Argentina. (más…)

By | noviembre 8th, 2017|Sin categoría|Sin comentarios

HACIA UNA NUEVA TEORÍA DEL VALOR PARA LA CIENCIA ECONÓMICA DEL SIGLO XXI

Significado humano del valor económico que subyace a los mercados

El meollo o hilo conductor para la comprensión del capitalismo, sistema que ha dominado el mundo occidental durante los últimos doscientos cincuenta años, es la lógica del mercado. Así como el Rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, también el capitalismo ha convertido en mercancías todo lo que ha tocado, y cada vez abarca más ámbitos de la vida humana que, sobre todo en Occidente, llamamos civilizada.
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MERCADO EFICIENTE Y LIBRE EMPRESA: ¿De qué estamos hablando?

MERCADO EFICIENTE Y LIBRE EMPRESA: ¿De qué estamos hablando?

Armando Di Filippo

En mi último libro Poder Capitalismo y Democracia (RIL Editores 2012) he insistido en plantear la importancia de la noción de dominación, junto con una crítica al capitalismo globalizado del siglo XXI y a sus impactos sobre los principios de la democracia occidental.

Los críticos más acérrimos a las ideas allí expuestas se apoyan en lo que hemos estado denominando neoliberalismo. La visión neoliberal hace aparecer al mercado y a la libre empresa como los auténticos custodios de la racionalidad instrumental (fuente de la eficiencia capitalista medida por la tasa de ganancia) y como la fuente de la creatividad sobre la cual se construyó la civilización del capitalismo. Por oposición al Estado le adjudican todos los males de la burocracia ineficiente, del autoritarismo, del populismo y de los mayores obstáculos a la expansión de los mercados y de la libre empresa.

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By | febrero 11th, 2016|Sin categoría|Sin comentarios

FORMAS DE DOMINACIÓN CORPORATIVA A TRAVÉS DEL MERCADO

En el capitalismo, la noción de propiedad referida a las personas ha sido extendida por la noción de propiedad referida a las organizaciones. En las versiones liberales primigenias, por ejemplo en Locke o en Rousseau, la propiedad de los recursos se predicaba y legitimaba respecto de las personas naturales, y no de las personas jurídicas como es el caso con las corporaciones trasnacionales. En Locke la propiedad privada se legitimaba a través de la agregación de trabajo a bienes o recursos que antes estaban en un «estado de naturaleza». Esta idea asociaba también el derecho a la propiedad de los recursos con la iniciativa individual de aquellos que, mediante su trabajo, agregaban valor a dichos recursos. (más…)