En América Latina, en la segunda mitad del siglo XX, tuvieron lugar profundas transformaciones en las áreas rurales, donde predominaba la desigualdad social. Se verificaron importantes revoluciones como la boliviana en 1952 y la cubana en 1959.
La fundación de la ONU repercutió extraordinariamente en América Latina. Las interpretaciones llevadas a cabo por economistas estructuralistas vinculados a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL/ONU) Celso Furtado, Raul Prebisch, Anibal Pinto, Osvaldo Sunkel, Aldo Ferrer, etc. Contribuyeron decisivamente a forjar la identidad latinoamericana y a un mejor conocimiento de los rasgos histórico-estructurales comunes a sus sociedades nacionales.
Los economistas vinculados a CEPAL (ONU) usaron el conocimiento de la historia para interpretar los rasgos del subdesarrollo regional. Estos estudios pusieron de relieve que las turbulencias sociales rurales de los años cincuenta y sesenta, eran una respuesta a dos factores históricos de largo plazo. El primero fue la instalación y larga permanencia de instituciones coloniales, cuyas formas de desigualdad operaron en grados diferentes en América Latina durante más de cuatrocientos años, (desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XX). El segundo factor fue el impacto transformador de la modernización urbana e industrial, vinculado a la expansión demográfica y a las oleadas de progreso técnico, provenientes de las potencias industriales hegemónicas (Di Filippo, 1981, 1998, 2007).
Respecto de la citada herencia colonial, los dos factores más influyentes en la estructuración socioeconómica posterior de América Latina fueron, primero, la desigualdad social rural, y segundo, la herencia burocrática centralista de la dominación colonial, que promovió estructuras de poder político y económico, territorialmente concentradas en las principales capitales de la región.
El primero de estos factores derivó de las formas de servidumbre y esclavitud que predominaron en las haciendas señoriales y se prolongaron históricamente en economías campesinas de larga vigencia en los complejos latifundio-minifundio. Se gestaron así exclusiones políticas, económicas y culturales, mantenidas por lo menos hasta la primera mitad del siglo xx. La injusta distribución de la tierra afectó hasta las formas productivas rurales menos comprometidas con esos regímenes campesinos, como las instaladas en la pampa húmeda argentina.
Las revoluciones políticas francesa y americana del sigloXVIII, que promovieron mundialmente las formas modernas de la democracia liberal, influyeron ideológicamente en las elites latinoamericanas y contribuyeron a la instalación de constituciones políticas de base republicana, potencialmente susceptibles de convertirse en democracias. Pero el centralismo de la era colonial perduró en las modalidades presidencialistas y personalistas de los sistemas políticos efectivamente vigentes.
A lo largo del siglo XIX la dicotomía rural-urbana se expresó en otra dicotomía experimentada por los sistemas políticos: la del contrapunto entre liberales y conservadores, que modeló la dinámica de fuerzas políticas durante el período oligárquico.
En los años cincuenta y sesenta se sucedieron en América Latina regímenes políticos de base presidencialista, que desembocaban con frecuencia en diferentes formas de autoritarismo y populismo. Los golpes de estado fueron reiterados y la continuidad de los regímenes emocráticos civiles resultó frágil e inestable.
En el plano económico la intervención redistributiva de gobiernos populistas, no acompañada por cambios estructurales que le dieran sustento y estabilidad, fue frecuente en dicho período, especialmente en los países grandes y medianos de Sudamérica. En Argentina surgió el movimiento peronista, con fuertes rasgos populistas y personalistas, pero empeñado en promover el desarrollo industrial, inducido y protegido por el estado. En Brasil la presidencia de Vargas compartió estos propósitos industrialistas. En Chile los gobiernos radicales de la década de los cuarenta condujeron estrategias similares.
Las recomendaciones estratégicas en materia de desarrollo promovidas por CEPAL fueron, primero, la industrialización, siguiendo precisamente las orientaciones que los gobiernos de América Latina ya estaban promoviendo con anterioridad; segundo, a partir de los años sesenta, transformaciones estructurales profundas tales como las reformas agrarias y fiscales, la planificación indicativa del desarrollo (compatible con el funcionamiento de las instituciones del capitalismo y de la democracia), y tercero, la integración regional.
Todas las recomendaciones de los años sesenta estaban orientadas a la creación de mercados capitalistas, con escala suficiente para sostener un desarrollo industrial estable.
Las ideas de CEPAL se tornaron gravitantes a escala latinoamericana, no solamente porque la institución sintonizaba muy bien con las ideologías industrialistas y reformistas de los gobiernos del período, sino también porque encontraron apoyo en el gobierno demócrata estadounidense de John Kennedy, quien promovió un ambicioso programa denominado Alianza Para el Progreso (APP), donde asumió en alto grado las mismas recomendaciones que CEPAL estaba formulando. El gobierno estadounidense, a través de APP y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), apoyó técnica y financieramente la estrategia de CEPAL.
Tras el asesinato de John Kennedy y la cancelación de APP, los años setenta implicaron para América Latina el inicio de regresiones históricas significativas en materia de democracia, así como de adhesión a las ortodoxias de mercado promovidas por el emergente capitalismo global.
La alternativa de APP llegó demasiado tarde, y comenzaron a imponerse opciones violentistas y guerrilleras en diferentes regiones de América Latina. Estados Unidos volvió a apoyar opciones autoritarias, encabezadas por gobiernos militares, encargados de restaurar el “orden”.
En esa década se cancelaron los avances reformistas en materia de democracia política, económica y social. El proceso de autoritarismo militar se propagó, en grados variables, por las regiones de América Latina y el Caribe. Paralelamente, empezó el desmantelamiento del modelo de desarrollo industrialista protegido y de las reformas estructurales.
A mediados de la década de los años setenta empezaron las «contrarreformas», apoyadas en la ortodoxia de los mercados y funcionales a la expansión de las formas del capitalismo a escala global.
El decenio de los ochenta marcó en América Latina dos virajes significativos que se mantuvieron hasta el fin de siglo XX: la instalación de modelos económicos neoliberales y el retorno a democracias civiles (por oposición a gobiernos militares), fundadas en el sufragio universal.
Este proceso acompañó la globalización del capitalismo a escala planetaria. Desde los años ochenta se impuso la economía política neoliberal, a través de la denominada Revolución conservadora de comienzos de los ochenta y de las reglas de juego del Consenso de Washington.
América Latina se ha sustraído a los peores efectos de la crisis actual por la emergencia de China y, en menor medida, de India, que acrecientan la demanda de los alimentos, materias primas y combustibles exportados por nuestra región. Si bien en el corto plazo ha logrado evadir a los peores efectos sociales de la crisis, a largo plazo esta bonanza no está asegurada, y si continuara, significaría un retorno a los modelos de economías periféricas, exportadoras de commodities, ya estudiados por CEPAL desde los años cuarenta.
Igual que en el siglo XIX, cuando América Latina se convirtió en periferia de Inglaterra, o a mediados del siglo XX, cuando fue periferia de Estados Unidos, ahora su destino a mediano y largo plazo, especialmente en Sudamérica, parece ser el convertirse en periferia de China.
Una opción alternativa explorada en la última parte de este trabajo, es la integración regional de nuestra región, entendida como una integración de sociedades nacionales, por oposición a los así denominados tratados de libre comercio (TLC), que son un marco institucionalizado orientado a la integración de los mercados capitalistas.
En esta modalidad multidimensional de integración regional, la idea es la ya apuntada: subordinar la racionalidad instrumental de los mercados capitalistas a la racionalidad política y moral de ciudadanos, practicada y defendida a escala supranacional.
Fragmento de Armando Di Filippo (2013), Poder Capitalismo y Democracia, RIL Editores, Santiago de Chile.
Deje su comentario
You must be logged in to post a comment.